Un gran salvador para grandes pecadores

Cristo_pecador

 

La historia de la negación de Pedro es un monumento en honor a la maravilla del amor divino. En ella percibimos lo oculto en el corazón de Dios, y la manera en que reacciona cuando le ofendemos. Pero, sobre todas las cosas, amplia nuestro concepto de la gracia ante un Dios que nos ama aún sabiendo que pecaremos contra él. No somos pecadores simplemente del pasado, también pecadores del futuro.[1]

El pecado no sorprende a Dios, él todo lo conoce, aun los pensamientos antes que lleguen a la mente.  Quizás esto sea razón de inseguridad para algunos, sin embargo, la historia de Pedro muestra que debe ser de regocijo.  Mateo registra la conversación que Jesús y los discípulos tuvieron camino al Getsemaní.  Jesús comprendía el momento que le esperaba a él y a sus discípulos. El diablo entendía las implicaciones de la obra que Jesús habría de hacer para la salvación de los hombres, al igual que la de los apóstoles, y esta era su última oportunidad para impedirla.

Cristo está al tanto de lo que él y sus discípulos habrían de experimentar, y los prepara para ese momento.  Conocía de la negación de Pedro al igual del temor que haría que el resto de los discípulos lo abandonaran.  Por lo que les advierte de antemano, no como un destino inescapable, sino para que se preparen en oración para la prueba. Tendrían que enfrentar el Getsemaní al igual que su Maestro, pero en lugar de orar y procurar la fuerza en Dios, se pusieron a dormir.

Jesús les dice: “Todos ustedes se escandalizaran de mí esta noche”(Mateo 26:31). Con sus palabras demostró conocer de antemano el pecado que cometerían.   Cuando Pedro las escucha trata de reiterar su fidelidad: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”.  A lo que el Señor le contesta: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.  Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo (Mateo 26:34,35). Jesús conocía el corazón de Pedro y no tenía dudas de la honestidad de sus palabras.  Pero, él sabía algo que Pedro ignoraba, la maldad y debilidad del corazón humano, cuan propenso es a la caída.

El problema de la confianza propia

Cuando te confías a tu propia seguridad carnal serás presa fácil de los engaños del diablo, y te colocarás en situaciones que nunca deberías haber estado. Te crees fuerte para no caer. El diablo se alegra que pienses de esta forma porque al hacerlo olvidas la maldad de tu corazón[2] y las advertencias de Dios. La Biblia dice que el corazón es engañoso y perverso y que ninguno comprende la extensión de su maldad.[3] Te engaña con un sentido de seguridad carnal y, como oveja al matadero, te conduce a la ruina. No hagas como Lot, que cada día acercaba su tienda de acampar a Sodoma. No te expongas sin necesidad a situaciones o a un ambiente que te incite a hacer lo malo, y te digas a ti mismo que su influencia no te afectará. El hombre juega con el pecado porque se cree muy fuerte. Muy bien dijo el sabio:  ¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? (Proverbios 6:27). Los apóstoles aseguraron que nunca negarían al maestro, y terminaron haciéndolo. No te apresures a condenarlos, eres tan débil como lo fueron ellos.  Estas cosas están escritas para que te cuides de la confianza propia, y no pretendas ser muy fuertes para caer.

El error de tomar el pecado con liviandad

Jesús en ningún momento tomó livianamente el pecado, había venido a destruirlo, por lo que necesitaba mantener un contacto continuo con el Padre. Por el eminente fracaso de sus discípulos, en la prueba del Getsemaní él tendría que ganar la victoria a favor de ellos. Los había llevado allí porque —como les había explicado— el diablo los habría de zarandear y sacudiría su fe. El Getsemaní es un lugar de lucha, el lugar donde descubres que si duermes, serás derrotado. El diablo, como Dalila, estuvo durmiendo a los discípulos para arrebatarles el poder de su fuerza, y ante el grito: “tus enemigos contra ti” cayeron presa fácil y sin resistencia alguna. Gracias a Dios porque, mientras dormían, su poderoso Sansón peleaba con fogosidad y valentía para no entregar el secreto de su fuerza; veló para rescatarlos de su diabólico sueño.

Pedro es un protagonista importante en el relato y se lo coloca en marcado contraste con Jesús: entre el hombre que pone su confianza y dependencia en Dios y el que lo hace en sí mismo. En el Getsemaní Cristo viene a sus discípulos, y nuevamente es a Pedro que le dice: ¿no han podido velar conmigo una hora? (26:40). El sueño que los sobrecogió Jesús lo interpretó como debilidad, decía: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el Espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (26:41). Les estaba diciendo: «tienen buenas intenciones, pero si no velan, y se descuidan, la carne los vencerá». Necesitas aprender esta verdad que el Cielo te revela, la que a menudo, al igual que Pedro, desgraciadamente la aprendes en la caída. Pedro no sólo lo negó, mintió y juró, tomando en vano el nombre de Dios. Pidió que las maldiciones del Cielo cayeran sobre él si no estaba diciendo la verdad. Tal fue el delito de un gran hombre de Dios que amaba a su Señor con toda su alma.

La maravilla del Perdón

La caída de Pedro revela la paciencia de Dios con nuestras debilidades. Un azote debió el Cielo haber lanzado sobre Pedro para castigar su ingratitud. Con todo, el Cielo guardó silencio, la voz de la sangre de Cristo que clama más fuerte que la de Abel lo estaba protegiendo de su insolencia. Mi hermano, la gracia no es algo que sale a tu auxilio cuando pecas, te viene cubriendo desde el momento en que Dios ve tu futura caída. En el Getsemaní Jesús estaba pidiéndole al Padre que tomara en cuenta su sacrificio y protegiera a Pedro para que su pecado no lo alcanzara. Oh maravillosa gracia que recibe a miserables pecadores como nosotros. Pecadores que no han pecado, pero que ciertamente lo harán. Pecadores que prometen mucho y cumplen poco. Pecadores de Mañana. Tú, que estás leyendo estas palabras, y alabas a Dios, desgraciadamente mañana estarás pecando. Hoy, que miras a tu hermano que ha caído con ojos acusantes y lleno de justicia propia, entiende que mañana será tu turno. Alguien decía: “que me haría yo si Dios no justificara al impío”. Sí, mi hermano, que te harías si el ojo que todo lo ve y todo lo escudriña mirara y descubriera lo que ni siquiera tú conoces que harás.  Sabe que romperás tu promesa mucho antes de que la hagas.

La maravilla de la gracia es que cubre no a los que han pecado, sino a los que habrán de pecar. Quién puede entender la gracia divina, se relaciona con nosotros como si fuéramos fieles cuando delante de sus ojos está presente nuestra infidelidad.[4] Que esto nos llene de temor, que nos inspire a la humildad y al ejercicio de la misericordia. Que nos dé la fuerza para perdonar los pecados que contra nosotros se comenten, porque mucho más grandes son los que nosotros cometeremos contra Dios.

El encanto de esta gracia no puede apreciarlo ninguno que se entrega al pecado sin respeto alguno por Dios. Únicamente quienes como Pedro lloran amargamente por sus faltas le es de gran consuelo el tener un Salvador tan grande. Pues sólo ellos pueden apreciar la compasión divina en tratarlos como no merecen y sorprenderlos al tenerlos por justos. Juan Newton en otra ocasión dijo: “he perdido mi memoria  casi por completo, pero aún recuerdo dos cosas: que soy un gran pecador y Cristo un gran salvador”. ¡Amén!


[1] Deuteronomio 31: 16, 20-21  —Y Jehová dijo a Moisés: He aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él.  Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto. Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo, pues será recordado por la boca de sus descendientes; porque yo conozco lo que se proponen de antemano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles.

[2] Proverbios 20:9 —¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?

[3] Jeremías 17:9 —Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?

[4] Isaias 48:6-10 —Lo oíste, y lo viste todo; ¿y no lo anunciaréis vosotros? Ahora, pues, te he hecho oír cosas nuevas y ocultas que tú no sabías.  Ahora han sido creadas, no en días pasados, ni antes de este día las habías oído, para que no digas: He aquí que yo lo sabía.  Sí, nunca lo habías oído, ni nunca lo habías conocido; ciertamente no se abrió antes tu oído; porque sabía que siendo desleal habías de desobedecer, por tanto te llamé rebelde desde el vientre.  Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte.  He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción.

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