el Perfecto hombre

¿Tenía Jesús una humanidad caída?

 Por Haroldo Camacho

El décimo mandamiento cuando ordena “No codiciarás”, al traducir tanto el hebreo como el griego, dice: “No tendrás deseos pecaminosos”. En otras palabras, “No tendrás naturaleza pecaminosa” porque los malos deseos surgen de nuestra naturaleza pecaminosa. Por eso dice el apóstol Pablo en Romanos 7 que vino el mandamiento “No codiciarás”, y lo mató (Romanos 7:7-11). El apóstol veía que él cumplía todos los otros deberes de la Ley, menos el décimo mandamiento, porque se daba cuenta que no podía cambiar su naturaleza. Tenía que confiar en la justicia del Mesías, el Cristo. 

Así que para que el Mesías pudiera cumplir la Ley, también tenía que tener una naturaleza humana perfecta y sin mancha, sin inclinación al pecado. Cristo Jesús precisamente cumplió el décimo mandamiento porque no tuvo una naturaleza codiciosa, de donde surgían malos deseos (el griego es “epithumia”, deseos morbosos, lujuriosos, codiciosos). Por lo tanto, al presentarse ante Dios como nuestro representate, se presentó en pleno y perfecto cumplimiento de toda la Ley, la cual cumplía en su propia Persona, aún hasta en su naturaleza perfecta. La tentación que se le presentó en el desierto de obtener todas las riquezas y poderío del mundo, no era apelando a su naturaleza humana codiciosa, porque no la tenía. El atractivo para Jesús era para evitar ir a la cruz para poder reconciliar todo el mundo para Dios. Nosotros jamás tendremos esa tentación. Pero para Jesús en su naturaleza humana y perfecta, sí lo fue, porque podía recibir la gloria del mundo sin dar el paso de la cruz, el cual Él sabía que traería dolor al Padre, y separación entre Él y el Padre. Allí estaba el engaño, pues si se hubiera inclinado a Satanás, hubiera perdido todo. Sus tentaciones como el segundo Adán abarcaron tentaciones mucho mayor a las que nosotros jamás pudiéramos experimentar. Por eso nos dice la Escritura que fue tentado EN TODO lo que la humanidad pudiera ser tentada, incluyendo la humanidad perfecta, sin pecado, pudiera ser tentada. 

Este tema no es sólo para entender teológicamente pensando que con tener el correcto entendimiento de la doctrina somos más que otros, o tenemos ventaja sobre otros cristianos que no lo entienden así. De ninguna manera. Entender la naturaleza humana de Cristo como perfecta y pura (sin inclinación alguna al mal) nos da un profundo consuelo y gozo. Pues nos damos cuenta que la ofrenda presentada al Padre a nuestro favor es infinitamente mayor y de más valor que cualquier ofrenda que nosotros pudiéramos presentar o cualquier ejemplo suyo que nosotros pudiéramos seguir. Nos regocijamos porque Cristo a nuestro favor presenta lo que nosotros jamás pudiéramos presentar: hasta una naturaleza humana pura, perfecta, sin mancha. Cuando el Padre se fija en mí, no ve mi naturaleza caída, sino que ve la naturaleza perfecta de Cristo, que cubre hasta mi propia naturaleza impía y depravada, pero ahora salva cubierta por la suya. Este ciertamente es un inmenso gozo y consuelo para los que hemos creído en Él, y podemos hacer frente a la vida con este consuelo y gozo que nos trae el Espíritu cuando nos fijamos en toda la hermosura de la santidad de nuestro Salvador.

One thought on “¿Tenía Jesús una humanidad caída?”

  1. En Juan 8:46 Jesús retó a los judíos a demostrar que Él era pecador: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Poco antes en ese mismo capítulo Él había demostrado que ellos sí eran pecadores cuando pedían apedrear a la mujer adúltera, “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”; cosa que ninguno pudo hacer al reconocerse a sí mismos como pecadores. En el mismo capítulo también les dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es esclavo del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres” (vers. 34-36). La más mínima mancha de pecado hubiera hecho a Cristo esclavo del pecado e incapaz de liberar a nadie. A Adán lo condenó un solo pecado, uno que era aparentemente inofensivo y de poca gravedad. No así con Cristo: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos” (Hebreos 7:26). Era “un cordero sin mancha y sin contaminación, ya provisto desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:18,19). El cordero de la expiación ya existía cuando la humanidad todavía no había pecado. Sin duda era absolutamente sin mancha y sin contaminación.

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