Predicando en los desiertos

desierto

¡Y qué pocas son las ocasiones que no se predica de este modo en estos tiempos! Tiempos desiertos para todos los predicadores; tiempos sordos, que no quieren oír sermones de ningún género: los únicos medios de manejarlos son el palo, el oro, y la risa: agentes invencibles que se abren paso por dondequiera, y para los cuales no hay desiertos, porque a la elocuencia del palo, nadie es insensible; nadie es ciego a la luz del oro, ni sordo al susurro formidable de la risa. En saliendo de aquí, ya todo es sermón, es decir, sueño, aburrimiento, sordera, ininteligencia, pérdida de tiempo, desiertos.

Yo por mi parte tendré el atrevimiento —y que Alberdi me perdone— de adaptar sus palabras para plantear las mismas frustraciones en la que nos encontramos los ministros de la gracia. Así pues:

Predicar sobre la Gracia es predicar en desiertos

Predicar sobre la Gracia es predicar en desiertos porque nadie escucha. ¿Por qué han de escuchar? La Gracia no da de palos, o sea, no viene con amenazas ni con juicios; tampoco nos compra con el  oro, ni viene a entretenernos con comedias y risas; tan solo ofrece reconciliación con el cielo y la participación con Cristo de su gloria que nada tiene que ver con el presente mundo. La paz que ofrece y la alegría que proporciona vienen muy a menudo entremezcladas con el sufrimiento y la depresión. Como no usa de amenazas ni exige que se pague por sus beneficios, o dicho de otro modo, no usa del palo o del oro, las personas tienden a tenerla en poco o a menospreciar lo que ofrece.

Por desgracia, las personas están más a gusto con la religión del palo, del oro y de la risa.  Si los hostigan con el infierno y les dicen que Dios los castigará por no ir a la iglesia o que los llamará a cuentas y los azotará duramente por no obedecerle, obligan su voluntad al servicio, aunque su corazón esta lejos de amarle.  Si los atemorizan haciéndoles ver que la enfermedad devorará sus cuerpos y la desgracia tocará sus puertas; que sus hijos se revelarán, sus conjugues los engañaran o los abandonarán y que la maldición divina reposará sobre todo cuanto hagan en la casa, en el campo, en sus trabajos por no buscar a Dios, entonces se afanan por servirle.

Los púlpitos del palo predican a las multitudes con miedos y amenazas, y éstas los escuchan. Sus evangelistas son expertos en el garrote, en la tortura y en alimentar el fuego del temor y la inseguridad. Han perfeccionado el arte de la manipulación y su audiencia es masoquista: le gusta sufrir. Son como la mula y el buey que necesitan el aguijón para moverse, de lo contrario no realizan su trabajo. Predicar la gracia a los adeptos de la religión del palo, es predicar en desiertos, hablarle a sordos, porque si no los llenan de temores y los persuaden con amenazas, la gracia en nada los motiva.

Predicar a los indiferentes es predicar en desiertos

Y en efecto, predicar a los indiferentes es predicar en desiertos porque nada los mueve, lo único que les importa es lo que tienen en el presente, disfrutar la vida sin considerar lo que traiga el mañana; por lo que a estos no los mueve la elocuencia del palo, pero si los cautiva la elocuencia del oro.  En realidad no les interesa nada que tenga que ver con Dios. Les molesta que les hablen de venir a la iglesia; que el Señor un día vendrá a hacer juicio; que amemos al prójimos y que nos demos al servicio de los demás. Que Cristo murió por ellos en nada los afecta o los emociona, poseen un concepto tan pobre de lo que es pecado que no tienen necesidad alguna de lo que Dios les ofrece. Ellos viven sólo para el placer, comer y beber es el todo de sus vidas.

Cuando recurren a la iglesia, porque las dificultades los afectan y se sienten en necesidad de una palmada en la espalda, buscan la que mejor se ajuste a su carnalidad y acalle la débil voz de sus conciencias. Cargan sus baterías espirituales yendo una vez al año a la iglesia, están convencidos que son buenos cristianos, que no tienen que venir todo el tiempo a adorar porque Cristo está en sus corazones y eso es lo único que importa. Son expertos en manipular sus propias conciencias. A menudo se los encuentra haciendo un rito diario de oración o leyendo algún librito de ayuda personal que los emocione y les haga sentirse cerca del cielo, aunque sus corazones están muy lejos de Dios. Son almas que viven en oscuridad, barcos sin brújulas cuyo fin será la muerte.

Aman el “evangelio de la prosperidad”; que les hablen de entrar en negocios con Dios, de cuanto beneficio recibirán una vez inviertan o, como a menudo declaran, si siembran. ¿Por qué han de escuchar la gracia cuando pueden comprar el beneficio? Ven a Dios como un gran comerciante que ofrece grandes dividendos si corren el riesgo de invertir en sus negocios. Estos han hecho del evangelio y la gracia una mercadería y no tienen vergüenza alguna en identificarse con la religión del oro, de ahí que alimenten en otros el mismo espíritu de codicia.

La iglesia dejó de ser el lugar de los desvalidos y necesitados, de los fracasados y enfermos, o dicho de otro modo, de los pecadores hambrientos del perdón y la misericordia; y se ha convertido en una empresa donde se escucha hablar del éxito, de riquezas y de alcanzar el sueño americano. Sus lideres religiosos vociferan a pulmón abierto que Dios nos llamó para ser ricos y que únicamente nuestra falta de fe nos mantiene en la pobreza.

Asimismo, el púlpito del oro, o lo que es lo mismo, la religión del dinero y la recompensa, tiene muchos adeptos encubiertos que no se mueven si no les ofrecen remuneración. Cuando les piden que sirvan, que den su tiempo y esfuerzo, se quejan y recriminan; mas, si se les habla del oro: de pago y recompensas financieras, tienen el tiempo y se sacrifican. Lo que no puede la gracia ni el palo, lo puede el oro. Puesto que en la gracia lo que motiva al servicio es el agradecimiento al sacrificio que Jesucristo realizó, los que carecen de gratitud tienen oídos sordos; es predicar en el desierto.

Por lo que en nuestros días la religión del oro y el púlpito de Mamón tiene una gran audiencia y muchos seguidores. Los adoradores de Mamón no tienen tiempo para Cristo, no tienen tiempo para la adoración y la salvación de las almas. Sus vidas la compone el comer y trabajar y si algún tiempo se escapa, le pertenece a la carne. Predicarle a los fanáticos de Mamón, el dios del dinero, es predicar en desiertos, ellos no desean escuchar otra cosa que no sea la adoración al dinero. Ponen cuantas excusas se les ocurren para justificar el porqué no tienen tiempo para Dios, pero sí para trabajar y comer.

Predicar sobre la verdad es predicar en desiertos

 

Las personas que viven sólo del placer del momento le es aburrido escuchar lo que es la verdad. Nada desean saber de investigar el misterio de la gracia o de conocer los pormenores de la mentira que los falsos profetas sostienen y promueven. No desean complicaciones, prefieren una fe sencilla; o sea, una confesión que no diga nada. Se contentan en decir: Cristo murió por mi, sin entender que dicen ni que esperan. Aman la religión de la risa, el púlpito de actores, de artistas del cine y la televisión. Por lo que los evangelistas de este tipo de religión, montan un espectáculo cada domingo: un drama o una comedia. Se visten como empresarios, con una chaqueta de famosos diseñadores de modas, y en el estacionamiento de la iglesia tienen un Rolls-Royce de $300 mil dólares. El púlpito dejó de ser el lugar para traer convicción al corazón donde los pecadores encuentran la solución al problema del pecado y el juicio, para convertirlo en una tarima para comediantes y promotores de concursos.

Alberdi describió muy bien a estos cómicos del púlpito. Entendió que señalarle sus defectos y sus deberes a los cómicos, es predicar en desiertos. Cuando se les corrige por lo que están haciendo, se hacen de la vista larga, y siguen barbarizando, y comiendo, que es todo el fin de sus perezosos afanes.

La idea es pasar un buen rato, tienen por deprimente oír de pecado y condenación o de la conducta rebelde del hombre. Vienen a la iglesia no a buscar dirección de Dios, sino un apoyo para vivir la vida que están viviendo. La iglesia es para ellos un medio para escapar de los problemas que los afectan en el mundo. Vienen en búsqueda de formulas; la varita mágica que solucione todos sus problemas. Cuando se les habla de Dios se sienten defraudados porque no fue eso lo que vinieron a buscar. De ahí que hablar de la gracia a los seguidores de la religión de la risa, es predicar en desiertos.

Predicar sobre la fe es predicar en desiertos

Qué saben de confiar y esperar en la gracia divina los que practican la religión del palo, la del oro y de la risa. La religión del palo satisface a los incrédulos; se sienten seguros pretendiendo que cumplen con los requisitos divinos. Estos confían únicamente en sus obras, como responsabilidades que cumplen o sacrificios que hacen. Están yendo a la iglesia, dando diezmos, haciendo ayunos y largas oraciones, todo para apaciguar al Dios airado que los aterroriza con sus amenazas.

Hablar de la fe, de mejores promesas, a los adeptos de la religión del oro es hablar en los desiertos. Nunca escucharán, están satisfechos con la vida que procuran y la que tienen. El mañana para ellos es incierto, el dinero es una panacea o el resuélvelo todo, y les da la seguridad que no encuentran en Dios. En Dios confiamos, ¡Que mentira! ¡Confían en Mamón!, pero camuflajean su incredulidad declarando que confían en Dios. Confiar en Dios es un riesgo que ni los llamados cristianos desean tomar, cosa intolerable en el púlpito del oro, en la religión del dinero.

Predicar a Cristo, la gracia y la obediencia a su voluntad es predicar en desiertos. El mundo no desea oír; la iglesia, sólo pretende; es como hablar al viento.  Y los predicadores desanimados por tanta indiferencia se les escucha decir: Señor, quién ha creído a nuestro anuncio. A lo que el Señor les responde como lo hizo con Samuel: … no te han desechado a ti, sino a mí, para que no reine sobre ellos (1 Samuel 8:7).

El evangelio registra que fueron los adeptos de la religión del palo los que azotaron y crucificaron a Cristo; los seguidores de la religión del oro lo vendieron por treinta piezas de plata; y los partidarios de la religión de la risa se mofaron de él mientras colgaba de la cruz. De modo que, los que siguen el ejemplo de estos, crucifican para sí al hijo de Dios y lo exponen al vituperio.

La ira de Dios se lanzó contra la raza humana porque rehusó oír la voz de Dios y hacer su voluntad. Esto provocó que el Hijo del Altísimo descendiese a la tierra a interponerse entre el pecado del hombre y la rectitud de Dios. Jesús, a diferencia de todos nosotros, oyó la voz de su Padre y por su fidelidad logró que fuéramos recibido en el favor divino. De él la Escritura afirma:

Sacrificio y ofrenda no te agrada;
Has abierto mis oídos;Holocausto y expiación no has demandado.
Entonces dije: He aquí, vengo;
En el rollo del libro está escrito de mí;
El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado,
Y tu ley está en medio de mi corazón.(Salmos 40:6-8)

Que Dios abrió sus oídos significa que fue obediente, que se complacía en hacer la voluntad de su Padre. Aún así, llevó tu rebelión, cuando hacías oídos sordos al clamor de la gracia; como resultado, el Cielo lo trató como siervo desobediente y lo hizo sufrir el horrible castigo de la separación:

Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver.¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? Por tanto, derramó sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso (Isaías 42:18,19,20,25).

En Jesucristo se reveló el Dios de la gracia y quienes desean adorarle deben abandonar el púlpito del palo, la seguridad del oro y la indiferencia de la risa. La religión de la gracia, si no los conquista, los hará indiferentes, descuidados e irreverentes. Ya que la usarán, como usan tantas otras cosas, para excusar los deseos de la carne, adormecer la conciencia y justificar la desobediencia.  Por otro lado, cuando ésta toca el corazón los hace más celosos de Dios, aman su obra y les preocupa que otros no conozcan la importancia de lo que el Señor ha hecho por ellos. Descubren que como cristianos tienen por misión el evangelismo y, no sólo es un deber, lo consideran un privilegio y una bendición.

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