La fe que vence al mundo

Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe…el que cree que Jesús es el hijo de Dios. Este es Jesús el Cristo, que vino mediante agua y sangre…

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“Y éste es el mandamiento: que vivan en este amor, tal como ustedes lo han escuchado desde el principio. Es que han salido por el mundo muchos engañadores que no reconocen que Jesucristo ha venido en cuerpo humano. El que así actúa es el engañador y el anticristo. Cuídense de no echar a perder el fruto de nuestro trabajo; procuren más bien recibir la recompensa completa. Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo.  Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida, pues quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas obras. (2 Juan 6-10)

Muchos aún no logran entender el valor que Dios otorga a la verdad; los apóstoles lo apreciaron y dieron sus vidas por ello. La victoria del cristiano no se encuentra las victorias morales que adquiere o el dominio de ciertos hábitos dañinos —todos estos son esfuerzos nobles y loables— con todo, la única victoria que tiene valor ante Dios es el retener la enseñanza respecto a Cristo.

El tema de la victoria es importante para Juan, lo vuelve a utilizar en Apocalipsis, donde presenta la gran lucha entre el diablo (que se encarna en la bestia) y los hijos de Dios. “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles…. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”—así conforta Jesús a su iglesia. (Apocalipsis 3:5; 21:7) En Apocalipsis 3:11  otra vez se dirige a ella y la anima prometiéndole que viene pronto, que se aferre de lo que tiene, para que nadie le quite la corona. Finalmente en el capítulo 12 testifica que la iglesia ha vencido al diablo por medio de la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio.

La victoria y la fe

El jesús del anticristo

Volviendo a la epístola de Juan, en el capítulo 5 se nos dice que la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Leemos:

Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe…el que cree que Jesús es el hijo de Dios. Este es Jesús el Cristo, que vino mediante agua y sangre…

La palabra “esta” es enfática, apunta e identifica a la fe verdadera, la fe apostólica, en contraste con la fe del anticristo. El anticristo en esta carta no niega a Jesús, lo que niega es que haya venido en carne, que sea el hijo de Dios y que haya expiado el pecado del mundo. A la luz de la evidencia histórica se sabe que estos hombres que Juan condena pensaban que Jesús era un espíritu y explicaban  su obra en términos simbólicos y espiritualizados. Creían que él no era un hombre real, sino en apariencia; no murió o lo crucificaron realmente sino en apariencia. El antiguo testamento (al igual que algunas de las experiencias de Jesucristo) se lo alegorizaba para substraer de él un conocimiento experimental, donde el creyente pudiera experimentar la vida divina y ser uno con la deidad. Toda la verdad se interpretaba de esta manera (Reinhold Seeberg, Manual de Historia de las Doctrinas, tomo 1, página 104). En otras palabras, el anticristo no negaba a Jesús sino el aspecto histórico de su persona y su obra, y lo convertía en una experiencia; lo mismo que ocurre en nuestros tiempos.

Howard Marshall en su comentario a la epístola de Juan explica que la manera en que Juan formula la confesión ortodoxa de la iglesia excluye esta interpretación de la persona de Jesús y su obra. Para él existió una real encarnación, que el Verbo se hizo carne y permanece con ella. Está tan convencido del daño de negar esta verdad que el cataloga como anticristo a toda aquella persona que adopta esta posición. Que la tal persona es el Engañador por excelencia, ya que lo que niega ataca la raíz misma de la fe Cristiana. La Palabra anticristo la utiliza para nombrar a las personas que radicalmente se oponen a la verdadera doctrina acerca de Cristo y son así sus principales oponentes, aun cuando aseguran ser cristianos y poseer la verdad respecto a él. El apóstol sostiene que cualquiera que niegue la verdad es el mismo anticristo, la personificación misma del diablo.

La fe nos hace nacer de nuevo

La fe de los hijos de Dios depende por completo de que todo cuanto Jesús realizó: actos reales, en un tiempo real (no imaginario). Lo verdadero y auténtico del evento se desprende de las palabras del apóstol cuando declara que él es testigo de lo que vio, oyó, y tocó tocante al Verbo de vida. La fe verdadera que vence al mundo es una fe con sus raíces en el tiempo, un evento histórico, no una experiencia. Esta es la característica que la distingue de la forma de creer del mundo.

Esta fe, y no otra, determina quiénes son los hijos de Dios, quiénes han sido engendrados por él. Es ella la que nos hace nacer de nuevo, ya que nos traslada del reino de condenación y muerte al reino de luz y vida. Nos coloca en Cristo, la nueva creación de Dios y con él participamos de una nueva realidad, una vida de paz y armonía con el cielo.

La fe verdadera es victoriosa

Juan llama victoria a la fe. Victoria se define como el resultado decisivo y final de una batalla; de modo que puntualiza los resultados: el triunfo que se alcanza. No habla de un quizás sino de un ya está. No sugiere posibilidades, proclama hechos. No es la victoria que la fe adquiere, más bien aquella en la que descansa. “La única victoria que el cristiano gana es la apropiación individual de la victoria que Cristo ganó de una vez y para siempre”(Westcott). La fe es, en las palabras del apóstol, el poder que debilita y destruye al mundo y al anticristo. Desde el punto de vista del creyente, ella es el estandarte que éste levanta al final de la batalla como símbolo de la gran victoria.  Quien desee la victoria, por lo tanto, necesita esta fe, cualquier otra es un sustituto barato, carente de resultados positivos.

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