Cristo: Significado de la Historia del Antiguo Testamento

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El ritmo repetitivo de la historia del antiguo testamento se perfecciona en el evento mesiánico. Jesús resume y completa esa historia. A la luz de su muerte y resurrección el Antiguo Testamento se torna claro. Los grandes actos en la historia del antiguo testamento se los ve como una tipología de Jesucristo.

La tipología no es alegórica. Los eventos del Antiguo Testamento fueron eventos reales. Tenían un significado histórico para su tiempo. Lo que se dice de ellos puede entenderse mediante una investigación gramática-histórica. Sin embargo una mano divina  arregló el patrón de los eventos por causa de Jesucristo.

Debemos cuidarnos de presionar el simbolismo hasta un extremo imaginativo. Con todo, nos hallamos en terreno sólido cuando seguimos a donde nos guía el Nuevo Testamento. Por lo general los apóstoles no siguieron el método de prueba textual en su testimonio de Jesús como el Mesías prometido. Ellos presentaron el relato de la vida, muerte y resurrección de Jesús en tal forma que su correspondencia con la historia antiguo testamentaria fuera evidente a cualquiera que estuviera familiarizado con esa historia. Debemos sumergirnos por nosotros mismos en el Antiguo Testamento si queremos comprender la fuerza de lo que los apóstoles dicen de Cristo. Dado que la creación y el éxodo son los dos eventos mayores del Antiguo Testamento, veamos cómo se recapitulan en el evento mesiánico.

Cristo, la Recapitulación de la Creación

La idea de que Dios recapitularía la creación no es nueva para los escritores del Nuevo Testamento. Esta fue la esperanza que expresaron los profetas del Antiguo Testamento. Isaías declaró que Dios actuaría para crear un cielo nuevo y una tierra nueva (Is. 65:17). Daniel 7 recapitula a Génesis 1:

  1. Los cuatro vientos soplan sobre la mar (Dn. 7:2).
  2. Cuatro bestias salen de la mar (Dn. 7:3).
  3. El Hijo del hombre comparece ante Dios (Dn. 7:13).
  4. Este Hombre recibe el dominio sobre las bestias y sobre todo el orden creado (Dn. 7:14, 27).

Los rabinos creyeron que el “Hijo del hombre” de la visión de Daniel representaba al Mesías o Libertador venidero. Los apóstoles mostraron que esta expectativa se cumplió en Jesucristo. En un sin números de maneras sorprendentes el Nuevo Testamento evoca a la creación; Juan comienza su Evangelio con palabras que recuerdan a Génesis 1:1: “En el principio era el Verbo” (Juan 1:1). El mismo Verbo que trajo el mundo a la existencia se encarnó en Jesucristo (Juan 1:1-14).

El ángel anunció a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Luc.1:35). Esto corresponde a Génesis 1:2; ” … el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas”. Jesús es la nueva creación de Dios (Efe. 4:24; Col. 3:10). La humanidad de Cristo es la nueva creación del Espíritu Santo. Este Hombre es también el nuevo Adán de la nueva creación de Dios (Rom. 5:12-19; 1 Cor. 15:45). Pablo dice que el primer Adán era figura de Jesucristo (Rom. 5:14). Comentando en cuanto a esto, Irinéo, antiguo padre de la iglesia, dice:

Por consiguiente, Pablo dijo que Adán era la figura del que había de venir [tupos tou mellontos] , porque el Verbo, que hizo todas las cosas, había formado de antemano para sí mismo la Economía de la humanidad, que había de concentrarse en el Hijo de Dios; predestinando Dios al hombre natural para ser salvo mediante el hombre espiritual.1

Como nuevo Adán, Cristo es la imagen de Dios (2 Cor. 4:4; Col. 1:1; Heb. 1:3; compárese con Gén. 1:27). Él es el Hombre ideal, el único espécimen de la verdadera humanidad  que representa todo cuanto Dios designó que fuera el hombre. Él es el hombre con quien Dios está bien satisfecho (Mt. 3:17). El hombre es hombre sólo cuando se encuentra en una correcta relación con Dios, con otros y con el mundo. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como el hombre ideal; porque se encuentra en una relación ideal con Dios (en perfecta sujeción), con otros (en servicio de amor-Mar. 10:45; Hech. 10:38; Fil. 2:5-7) y con el mundo (ejerciendo dominio sobre él, Heb. 2:6-9).

Vemos que el dominio que Adán tenía “sobre los peces de la mar… y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:28) fue restaurado por el nuevo Adán. Los pescadores que se convirtieron en discípulos de Jesús reconocieron que tenía autoridad sobre los peces del mar. A su orden cogieron tantos peces que ni sus redes ni sus barcos podían sostenerlos, y esto después que el tiempo natural para la buena pesca se había esfumado con la noche. En obediencia a la palabra de Jesús, Pedro sacó una moneda de la boca de un pez. Jesús cabalgó, al entrar a Jerusalén, sobre un pollino de asno sin domesticar. Sin embargo, el animal estuvo totalmente sumiso a él. ¡Cuán lleno de significado está el acto de Cristo reprender a la mar cuando lo contemplamos a la luz de las aguas del Antiguo Testamento! Como el verdadero Adán, Cristo es Señor, Señor sobre toda la creación, sobre la enfermedad, los demonios y aún sobre la misma muerte. Él es el Hijo del hombre de Daniel, que recibe toda autoridad y dominio del Padre (Dan. 7:13, 14; Mat. 28:18). Cristo es también el nuevo Adán, que duerme el sueño de la muerte para que de su costado herido venga la iglesia a la existencia. Esta es la razón por la que Pablo compara a la iglesia con Eva (2 Cor. 11:2, 3), la cual fue formada del costado de Adán.

En resumen, podemos decir que Jesucristo recapitula la creación y a Adán. Él se convierte en todo lo que Adán debió haber sido. Como la realidad del Adán simbólico, supera al primer Adán. Pasa por el terreno que Adán pisó. No sólo hace lo que Adán debió haber hecho como socio del pacto, sino que deshace los resultados funestos de la violación del pacto cometida por Adán. El pecado de Adán trajo la maldición sobre la tierra y produjo espinas; y la humanidad quedó bajo la maldición de la muerte (Gén. 3:18, 19). Pero la nueva Cabeza de la raza llevó la corona de espinas y sufrió la muerte por todos los hombres. El primer Adán nos dejó una herencia de condenación y muerte. El segundo Adán nos dejó un legado de justificación y vida eterna (Rom. 5:17-19).

Cristo: La Recapitulación del Éxodo

Israel no sólo conmemoraba el éxodo, ellos miraban al futuro, esperando su recapitulación al final de los tiempos. El Antiguo Testamento es un libro inconcluso, porque el verdadero éxodo estaba aún por venir. El Viejo Testamento es una promesa. Espera su cumplimiento.

Moisés había dicho que Dios levantaría un profeta como él (Deut. 18:15). Glasson demuestra que los rabinos del siglo primero esperaban la aparición de un nuevo Moisés, otro libertador que recapitularía el éxodo.2 Ellos se preguntaban cómo el nuevo Moisés alimentaría con maná al pueblo y cómo llevaría a cabo lo que se hizo bajo la administración del primer Moisés. El Nuevo Testamento muestra que cuando aparecieron Juan el Bautista y Jesús, todos los hombres estaban en expectativa (Luc. 3:15).

Al presentar a Jesús como el Mesías, los apóstoles muestraron que el simbolismo del éxodo se cumplió en su vida, muerte y resurrección. Se dice más del evento mesiánico en términos del nuevo éxodo que en términos de la nueva creación. Las figuras del éxodo son tan ampliamente usadas en el Nuevo Testamento que ameritan un libro por si solas.3 Aquí trazaremos solamente algunos puntos sobresalientes.

Jesús es el Nuevo Israel. Los apóstoles mostraron la asombrosa correspondencia entre Cristo e Israel, no mediante una serie de pruebas textuales, sino tejiendo un patrón del evento de Cristo. El libro de Mateo es un ejemplo de esto. Mateo presenta una reproducción del éxodo israelita de Egipto.

  1. Jesús es el primogénito de María—y de Dios (Mat. 1:25; compárese con Col. 1:15).
  2. Se saca a Jesús de Egipto (Mat. 2:15).
  3. Pasa por las aguas —en su bautismo (Mat. 3:14, 15).
  4. Se lo lleva al desierto y es probado durante cuarenta días y cuarenta noches. Al resistir las tres tentaciones de Satán, Jesús cita, de hecho, tres escrituras que tienen como contexto la prueba de Israel en el desierto (Mat. 4:4, 7, 10; compárese con Deut. 8:3; 6:16, 13).
  5. Los capítulos finales de Mateo describen el segundo bautismo de Jesús en sufrimiento y sangre y su entrada a la gloria de la Canaán celestial.

Por lo tanto, Jesús es el Nuevo Israel de la historia del nuevo pacto. Como el nuevo Israel, pasa por las mismas circunstancias que el antiguo Israel. Mientras que aquellos murmuraron contra Dios, quebrantaron el pacto y fallaron miserablemente, éste confió en Dios, guardó el pacto y triunfó gloriosamente. Hizo lo que Israel debió haber hecho, y deshizo los resultados de su fracaso.

Cuando la nación de Israel violó las estipulaciones del pacto, quedó expuesta a las maldiciones del pacto. En Levítico y Deuteronomio 28-30 encontramos que las maldiciones abundan. Estas amenazas terribles pueden parecer de primera intención fuera de proporción con los pecados cometidos. Pero el pecado, siendo una brecha abierta en el pacto, es un insulto al Dios del pacto. Un insulto a su infinita majestad. Los profetas invocaron las maldiciones del pacto contra un Israel desobediente. Las maldiciones incluían el hambre y la sed (Deut. 28:48; Isa. 65:13>, la desolación (Isa. 5:6; Sof. 1:15), la pobreza (Deut. 28:31), la burla de los que pasan por el lado (Jer. 19:8), las tinieblas (Isa. 13:10; Amós 5:18-20), los terremotos (Isa. 13:13; Amós 1:1), ser “cortado” del pueblo (Exo. 12:15, 19; 31:14; Lev. 7:25; Jer. 44:7-11), la muerte colgando de un árbol (Deut. 21:23), un cielo de metal (Deut. 28:23) y ninguna ayuda cuando uno clama por ella (Deut. 28:31; Isa. 10:3).

Cristo debía cumplir las estipulaciones del pacto sinaítico. También debía llevar las terribles maldiciones que los documentos del pacto decretan. Por esta razón tuvo hambre (Mat. 4:2; 21;18). Fue tan pobre que no tenía dónde recostar su cabeza (Mat. 8:20). Sobre la cruz clamó “¡Sed tengo!” (Juan 19:28). Se burlaron de él y lo escarnecieron (Mar. 26:69-75). Lo colgaron de un madero como hombre maldito (Gál. 3:13) y lo “cortaron” de su pueblo (Isa. 53:8). Mientras colgaba de la cruz, los cielos fueron como de bronce. Clamó por ayuda y no la recibió (Mar. 15:34). Murió como el gran violador del pacto, y soportó la furia total de todas su maldiciones. El alcance cósmico de estas maldiciones está registrado en Mateo. Tinieblas descendieron sobre la tierra (Mat. 27:45). La tierra tembló y las rocas se hendieron (Mat. 27:51) mientras Cristo llevaba los pecados del pacto quebrantado. Pero al morir, Jesús se llevó a la tumba las maldiciones del pacto.

Jesús es el Nuevo Moisés. Jesús no sólo es el Nuevo Israel del nuevo éxodo. Es también el Nuevo Moisés.4

  1. El Nuevo Testamento aplica a Jesús la profecía de Deuteronomio 18:15: “profeta como yo” (Hech. 3:22, 23; 7:37).
  2. A Jesús también lo escondieron de la ira del rey cruel que mató a los niños. Además, Jesús volvió a su tierra después que murió el que procuraba su muerte (Ex. 4:19; Mat. 2:20, 21).
  3. Tanto a Moisés como a Jesús su propio pueblo no los reconoció como elegidos de Dios (Hech. 7:27). El pueblo trató de apedrearlos a ambos (Exo. 17:4; Núm. 14:10; Juan 10:31-33; 11:8).
  4. Aquella comunión íntima con Dios, que Moisés disfrutaba, Cristo la superó (Exo. 33:20; Juan 1:17, 18).
  5. El “Sermón del Monte” de Jesús nos recuerda otro legislador y otro monte (Exo. 19; Mat. 5).
  6. Jesús designó setenta ancianos tal como lo hiciera Moisés (Núm. 11:16; Luc. 10:1).
  7. Tanto Moisés como Jesús ayunaron cuarenta días antes de dar la ley al pueblo.
  8. Ambos fueron glorificados en un monte.
  9. Jesús alimentó a la multitud en un lugar desierto. Eso nos recuerda el pueblo de Moisés y el pan del cielo (Juan 6).
  10. Jesús dijo ser el agua de vida. Esta declaración fue hecha en ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos, cuando el pueblo celebraba el evento del agua que salía de la roca herida (Juan 7:37-39).
  11. Jesús se declaró la luz del mundo, mientras el pueblo celebraba el evento del pilar de fuego que condujo a Israel a través del desierto (Juan 8:12).
  12. Nuestro Señor dijo a Nicodemo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” (Juan 3:14).
  13. El discurso final de Jesús dado a sus discípulos, presenta un paralelo sorprendente con el discurso de despedida de Moisés registrado en Deuteronomio.

Algunas de las palabras de la despedida de Jesús son citas directas de Deuteronomio. Por supuesto, Jesús no sólo recapitula a Moisés, sino que Jesús lo supera. Esta es una verdad que los símbolos y realidades bíblicas enseñan. Por tal razón, Juan el evangelista no sólo establece paralelos entre Cristo y Moisés, sino que los compara y demuestra la superioridad de Jesús (Juan 1:17). Esto revela un importante argumento que Juan presenta. Los judíos habían hecho absoluto al Moisés representado en la ley—o el Torá. Los rabinos enseñaban que el Torá era el logos: la sabiduría o palabra divina (compárese con Prov. 8). También decían que el Torá era el pan, el agua y la luz que conduce a la vida de la tierra venidera. Juan niega estas presunciones populares. Declara que este Logos, este pan, esta agua y luz de vida eterna están incorporados en la segunda Persona de la Deidad, encarnada en Jesús de Nazaret. Nosotros también debemos recordar que las Escrituras son sólo un testigo de Jesucristo. Un concepto elevado de la inspiración escritural no es una garantía de vida (Juan 5:39). La creencia en una Biblia infalible no es la prueba de la fe evangélica.

Jesús es el Nuevo Templo. Todo el sacerdocio levítico y ritual del templo se resume en Jesús. Él es el nuevo Aarón. Y así como supera a Moisés, supera a Aarón también. El es un Sacerdote según el mejor orden de Melquisedec (Heb. 7). Es también el nuevo Templo cuya gloria excede a la del primero (Hag. 2:9; Juan 1:14). Él es el Templo restaurado, el Templo reconstruido que lo destruyó el rey de Babilonia (Dan. 8:14; Zac 6:13; Juan 2:19-21).

En resumen, Jesucristo es el evento del Nuevo Éxodo. En el Monte de la Transfiguración aparecieron Moisés y Elías “en majestad y hablaban de su salida, la cual había de cumplir en Jerusalén” (Luc. 9:3 1). La palabra griega para “salida” es éxodo. ¡Cuán propio fue que el Moisés del primer éxodo estuviera conversando con Cristo justamente antes de que se efectuara el gran éxodo de los siglos mediante la muerte y resurrección de Jesús! El escritor de Hebreos interpreta la resurrección de Jesús como una repetición de la salida de Moisés del Mar Rojo. Eso queda claro cuando comparamos a Isaías 63:11 con Hebreos 13:20:

Empero acordóse de los días antiguos, de Moisés de su pueblo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir de la mar con el pastor de su rebaño—Isa. 63:11.

Y el Dios de paz que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las ovejas—Heb. 13:20.

Conclusión

En los grandes actos de Dios en el Antiguo Testamento, existe un patrón repetitivo de eventos. Esta historia que se recapitula se mueve hacia adelante y alcanza su resumen y perfección en Jesucristo. Los eventos del Antiguo Testamento existen por causa de él. Ellos son su reflejo y por lo tanto hallan en él su verdadero significado. Cristo es el significado de la historia del Antiguo Testamento. Él es el gran acto de creación y redención de Dios.

Hemos visto que el Antiguo Testamento es una historia de cautividad y restauración. El hombre peca y el Dios del pacto lo arroja al cautiverio. Dios echó a su pueblo de su presencia en el exilio babilónico. Pero luego lo volvió a recoger misericordiosamente. Esto fue como un juicio de muerte y resurrección. Bien pudo escribir Oseas:

Venid y volvámonos a Jehová: él arrebató, y nos curará; hirió y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; al tercer día nos resucitará y viviremos delante de él. —Oseas 6:1, 2.

Esta y otras escrituras del Antiguo Testamento reflejan la muerte y resurrección de Cristo. En su muerte, él fue Adán e Israel, echado de la presencia de Dios como el gran violador del pacto. En su resurrección, fue el Adán (la humanidad) y el Israel que Dios restauró a su favor al reconocerlo el gran cumplidor del pacto. Dios libró a Adán (la humanidad) y a Israel del castigo total del pecado porque detrás de toda esa historia del pacto se encontraba el Garante y el Mediador del pacto. Los juicios que cayeron sobre Adán e Israel se los atenuó con misericordia porque Jesucristo saldaría totalmente la deuda una vez llegara la plenitud de los tiempos.

Siendo Jesucristo la historia recapitulada del Antiguo Testamento, es también la historia del Antiguo Testamento re-escrita. Hay dos historias humanas: la historia del viejo pacto y la historia del nuevo. La historia del viejo pacto es una historia de continuo fracaso en Adán e Israel. Esta historia queda bajo el juicio de Dios. Sin embargo, Dios re-escribió esa historia de fracasos, mediante Jesucristo. Ahora es una historia gloriosa, triunfante y santa. Dios enterró, mediante su muerte, la vieja historia: nuestra historia. Y mediante su resurrección trae a la luz para nosotros una nueva historia santa. Este es el don de su justicia para que se la acepte por fe sola. He aquí una historia —una justicia— con la cual Dios está satisfecho. Cuando la iglesia esté satisfecha con esta santa historia y se apoye en ella como su única justicia delante de Dios; cuando deje de imaginarse que ella debe escribir una nueva historia santa para su justificación, entonces se cantará este cántico:

Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria porque…su esposa se ha aparejado.-Apoc. 19:7.

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1. Citado por G. W. H. Lampe y K. J. Woollcombe en su libro Essays on Typology, pág. 49.

2. Francis Glasson, Moses in the Fourth Gospel.

3. véase el libro de David Daube, The Exodus Pattern in the Bible si interesa estudiar un excelente tratado acerca del patrón del éxodo.

4. Para un estudio de la relación de Moisés y Jesús, véase el libro de Glasson, Moses in the Fourth Gospel. Este autor provee un trato detallado de este asunto.

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