Sobre las Buenas Obras

Deseo discurrir sobre el significado de una buena obra, y lo que es un cristiano que vive para la gloria de Dios. En primer lugar las obras que el Cielo aprueba las produce por necesidad aquel que es cristiano. Por cristiano no quiero decir el que profesa ser seguidor o imitador de Cristo. Cristiano es aquel que descansa enteramente en Jesucristo para su justicia y aceptación. Uno que tiene por basura su rectitud personal para aferrarse de la que el Padre proveyó en Jesús. Lee con cuidado Filipenses 3. Aquí Pablo no sólo habla sobre el papel e importancia de la buenas obras en la salvación, sino la actitud de aquellos que las producen.

El cristiano ha descubierto que su vida obediente no pueden compararse con la de Cristo, por lo que, frente al juicio de Dios, descarta la suya y pide que se le reconozca la de su Señor. Es el deseo y esperanza del creyente “ser hallado en él, —en Cristo— no teniendo su propia justicia sino la que Dios provee por la fe”. Por lo que concluimos que únicamente son buenos frutos los de aquel que reconoce que no tiene bondad alguna que ofrecer. Cuando nuestras obras se oponen y compiten con a las de Cristo, entonces no sólo son malas,son un ataque al evangelio.

Las buenas obras y el creyente

BuenSamaritano

La vida cristiana, lo que tradicionalmente llaman santificación, cumple su objetivo cuando nos conduce devuelta a la gracia. ¿Qué quiero decir con esto? Me explico. El perfeccionismo enseña que podemos erradicar el pecado en esta vida, que se necesita hacerlo para estar seguros que Dios nos reconocerá como sus hijos y nos dará entrada en su reino. Los que así creen hacen de la piedad cristiana un requisito para ser salvos. Piensan que es nuestra rectitud, no la de Cristo, la que determina nuestro destino final. El adventismo ha llegado tan lejos que pretende que mientras más pureza moral desarrollemos menos de la justicia de Cristo necesitamos. Aseguran que al final de los tiempos, previo a la segunda venida, estaremos sin mediador delante de Dios, sostenidos de nuestra propia perfección de carácter. El pentecostalismo y el catolicismo, lo exponen de manera diferente, pero también procuran lo mismo. Esto es un grave error.

Como puedes apreciar esta doctrina en lugar de conducirte a Cristo te separa de él. En lugar de hacerte depender más de su obra, te hace depender menos; en lugar de exaltar sus logros, te hace descansar en los tuyos. Esto se debe al concepto equivocado que posee de la vida cristiana. La obra de Jesús no es el primer paso a la salvación, es el lugar en donde Dios la ha efectuado de una vez y para siempre, y de manera perfecta. Si la vida cristiana no nos conduce a creer y confesar esto, entonces es producto de la influencia del diablo sobre nuestra carne y no del Espíritu Santo. La Escritura claramente enseña que cuando el Espíritu viene a los hombres los une a Cristo en lugar de separarlos de él. Al venir los convence de pecado de justicia y de juicio. Pecado por no creer en Jesús, en su suficiencia, en la perfección de su persona, los logros de su vida que es el único camino para llegar al Padre. El Señor condenó a los fariseos por creerse justos y menospreciar a los demás. Estaban tan satisfechos con su propia rectitud que no podían apreciar la necesidad de lo que Cristo era y les ofrecía. La obra del Espíritu es conducirnos a mirar nuestra justicia en Jesús (Juan 16).

La opinión que tenemos de nosotros muestra la elevada estatura espiritual que hemos alcanzado. El que en verdad tiene un corazón sin engaño asume la actitud de Isaías, reconoce que es un hombre de labios inmundos (Isaías 6) y que habita en medio de un pueblo de labios inmundos. Confiesa que su corazón es tan corrupto como los del pueblo; su justicia personal no lo hace sentirse mejor que los demás, ni lo separa de ellos. En el momento en que contempla la perfección divina aprecia su propia indignidad.

Pablo entendió la perfección de la ley cuando sostuvo que era santa justa y buena (Romanos 7). Al hacerlo se vio a sí mismo como pecador, confesó que el pecado moraba en él, y su incapacidad para hacer lo bueno. No pensaba en cómo los hombres juzgaban sus obras; en una ocasión dijo que ante los hombres era irreprensible (filipenses 3), con todo, ahora reconocía que frente a Dios y la perfección de su ley, no hay ninguno que pueda pretender tal cosa. Por lo que con un grito de angustia dijo: ¡Miserable de mi ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Encontró su respuesta en el evangelio: “Pero ahora ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Puedes ver cómo su vida cristiana, su deseo por obedecer a Dios, lo hizo depender con mayor empeño en la gracia y menos de su propia justicia. Su lucha por someter su carne lo hacia apreciar el valor de la persona de Cristo, haciéndole meditar más en su obra.

Camino a Damasco Cristo transformó a Pablo de fariseo, —que dependía de su propia justicia y rectitud moral—, en cristiano; dependiendo exclusivamente de la justicia de Cristo. Esta convicción lo llevó a confesar que era el mayor de los pecadores. Cuando en tu experiencia cristiana llegues a pensar de esta manera, entonces podrás asegurar que estás creciendo. Juan enseñó que los que aseguran que no tienen o hacen pecado se engañan a sí mismos y la verdad no está en ellos. La evidencia de que has conocido la verdad es la confesión de que eres pecador y dependes enteramente, hoy, mañana y siempre en la vida, muerte y resurrección de Cristo. Esto hará que veas pequeños los pecados ajenos comparados con los tuyos, y en lugar de juzgar y condenarlos, tu propia indignidad te llenará de humildad, porque entiendes que tú también estás llenos de flaquezas. Al corregir a los demás lo harás con tristeza y temor. Los juzgarás como deseas que te juzguen y ejercerás misericordia esperando recibirla de igual manera.

Resumiendo lo dicho, la vida cristiana donde quiera que se manifiesta nos hace conscientes de nuestra propia indignidad y nos impulsa a depender constantemente del perdón de los pecados. Haciéndonos orar cada día: “perdona nuestras deudas, como perdonamos a los que nos deben”. Con lo que confesamos no sólo que pecamos diariamente contra el cielo, también que vivimos rodeados de personas que nos ofenden,y necesitamos extenderle la misma gracia que hemos recibido de Dios.

Lo que es una buena obra

En estos momentos, al hablar de las buenas obras lo hacemos desde la perspectiva de Dios. La visión que tengamos de su perfección determina el valor e importancia que le otorgamos a lo que hacemos.  Podemos conformarnos de manera simplista en definir una buena obra como aquel acto que no es inmoral o que no hace daño a nuestro prójimo; que procura el bien de los demás, esto es, aquella que pretende cumplir con los mandamientos. Como veremos, es Dios y el evangelio lo que establece lo que es bueno, no el prójimo o la ley. Desde el punto de vista de Dios una buena obra es aquella que armoniza con su perfección y procura su gloria. Desde la del evangelio una buena obra es la que pretende magnificar la obra de Cristo y mantiene nuestra total dependencia de él. Si esta no es la característica dominante de nuestras obras entonces son malas no importa cuan moral aparenten ser.

Desde la perspectiva de Dios

Dios es la norma para determinar lo que es una buena obra. Su perfección y carácter se expresa en su voluntad, la que a su vez se da a conocer en mandamientos que establecen cual es la calidad de conducta y vida que espera de nosotros. Los que deseen estar frente a Dios, en el día del juicio final deben entender que los ojos divino son como una espada de dos filos que penetra los pensamientos e intenciones del corazón. Detectan toda imperfección en nuestros actos. Imperfección no son errores; se entiende por errores la acción equivocada o desacertada, causado por equivocación de buena fe (real academia). Imperfección es pecado. Pecado es quedarse corto de alcanzar el ideal que demanda la perfección de Dios; no darle lo que merece y exige.

Pecado no sólo es imperfección, es una actitud de rebelión. Esto lo hace todavía más serio. Es nuestro intención en estos párrafos enfocar la atención sobre la imperfección de los actos más que en la actitud que los mueve. Si midiéramos la perfección en por cientos, perfecto sería todo aquello que es un 100%. 99.9999 sería imperfecto. Un 90% de pureza en el oro hace del oro impuro. El pecado de comer de la fruta afectó la perfección de Adán que al principio era 100%. Después de la caída la fuerza de la perfección moral en Adán comparada con los miles de años de degradación podríamos calificarla como 99% (cosa que considero es artificial y sólo lo digo a manera de contraste). Esto fue suficiente para no permitirle entrar al Edén.

Si una buena obra desde la perspectiva de Dios tiene que ser 100% moralmente pura, entonces, todo lo que sea inferior a esto es impuro y por lo tanto pecado. Lo contrario a una buena obra es una mala; lo opuesto a amor es odio y a la fe la incredulidad. Si decimos que nuestro amor tiene una calidad de pureza de 90% estamos reconociendo que contiene un 10% de impureza, que en este caso sería odio. Lo cual haría que Dios al juzgar nuestro amor lo considere pecado, de acuerdo a la definición que hemos presentado.

Lo mismo sucede con nuestra fe. Una fe perfecta tendría que ser 100% fe, sin ningún grado de incredulidad en ella. Jesús no dijo que teníamos un 90% de fe, indicó que si sólo la tuviéramos como un grano de mostaza moveríamos montañas. En otras palabras tenemos .1% de fe y un 99.9% de incredulidad. Así también con las obras que realizamos, son imperfectas y por lo tanto pecado frente al juicio divino. Quizás ahora puedes entender por qué Pablo declaró que su justicia era basura.

Desde la perspectiva del Evangelio

De pronto dejemos a un lado la perfección de los actos y analicemos sus intenciones. Pues la Escritura claramente señala que Dios traerá a relucir en el juicio no solo los actos, también las motivaciones del corazón (Hebreos 4:12,13).  De acuerdo con la verdad revelada en el evangelio una buena obra es aquella que tiene como intención promover la gloria de Cristo. Jesús decía que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraríamos al reino de los cielos (Mateo 5:20). La justicia farisea procura su propia gloria. Pablo señaló que el problema Judío consistió en establecer su propia justicia y rechazar la de Cristo (Romanos 9:31,32). Procuraron guardar la ley, pero al hacerlo descartaron la justicia de Dios y esto hizo que sus obras en cumplimiento a la ley se convirtieran en enemigas de la gracia. Jesús enseño que si una buena obra no tiene la correcta intención será considerada como una obra impía y los que las hacen como obradores de maldad:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

Nos enseñó a no hacer nuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos (Mateo 6:1), hablaba de nuestras limosnas y nuestras oraciones. Estaba atacando la diabólica actitud del corazón humano de procurar el aplauso, de llamar la atención sobre su propia rectitud. Si nuestra vida no conduce a los demás a la justicia de Cristo porque están hechizados con la nuestra, entonces, es impía y merece únicamente el infierno.

A la iglesia de Pérgamo Jesús dijo: “yo conozco tus obras…no has negado mi fe” (Apocalipsis 2:13). Esta es la característica de toda buena obra, promueve la fe, por lo que muy bien se las llama “obras de fe” y “trabajo de amor” (1 Tes. 1:3; 2 Tes. 1:11). De lo que se concluye que no pueden existir buenas obras donde la fe no está presente. Solamente los creyentes pueden producirlas, los que Cristo salvó y están viviendo en su reino. La verdadera obediencia surge de la libertad de la gracia, cualquier otra es la que ofrecen los esclavos, no los hijos.

Luego de Pablo haber expuesto su pensamiento sobre la incapacidad humana y haber mostrado el valor de la gracia, pregunta: ¿Dónde está pues la jactancia?, queda excluida, ¿por cuál ley, por la ley de las obras o por la ley de la fe? Reconoce que lo único que acaba con la auto suficiencia es el principio de la fe. Porque entendía que: “Dios escogió lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse. Pero gracias a él ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención— para que, como está escrito: “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor”. (1Corintios 1:28-31). De lo que se desprende que sólo los salvos pueden producir buenas obras, por cuanto únicamente ellos reconocen el valor de la justicia de Cristo. Las obras que producen tienen la intención de exaltar a Dios, para gloria y honra de su nombre, no para procurar ser aceptados. No se engañan pensando que sus actos de obediencia alcanzan el ideal del Cielo, como el salmista, confiesan: “Oh Jehová si mirares nuestros pecados quien podrá mantenerse pero en ti hay perdón para que seas reverenciado” (salmos 130:4,4). Son buenas no por la perfección que poseen, antes por la virtud de aquel que las presenta delante el Padre, a saber Cristo, nuestro perfecto sacerdote celestial.

Para terminar el estudio deseo enfocar dos aspectos que son de gran importancia para entender lo que es una buena obra y para librarnos de condenar injustamente la conducta de los hombres.

Buenas obras son las que Dios ordena

Esto aparenta ser sencillo, con todo, para muchos es de confusión. Necesitamos hacer diferencia entre las obras que Dios ordena y las que nosotros practicamos con intenciones de glorificarle. Existe cierta diferencia que es digna de notar. Comencemos estableciendo cuales son las que él ordena. Buenas obras son las que surgen como resultado de un mandato suyo. Con un propósito específico y en ocasiones limitado.

No todo lo que exigió en determinado tiempo y tuvo carácter de buena obra actualmente lo es. La circuncisión, los sacrificios son ejemplos de lo que decimos. Las obras ceremoniales tuvieron su lugar pero ya no se exigen, por cuanto cumplieron su propósito. La ley de Moisés no es de carácter permanente, pero sí la ley de Dios. Para el Cristiano las obras que Dios ordena no son simples opiniones o concejos opcionales, ve en ellas la voluntad de su Señor para bendición de su vida y pone todo empeño en obedecerlas. En ocasiones no logra entender el porqué de ciertos mandamientos a pesar delo cual no rehúsa cumplirlos. Sabe que si la sabiduría divina los ha diseñado es para su bien y felicidad.

Por otro lado la Biblia condena las obras que los hombres inventan para esclavizar a otros. Jesús las llamó mandamientos de hombres. Nuestra propia concepción de lo que es una buena obra puede constituirse en mandamiento de hombres. La manera en que exigimos que los demás actúen en determinado momento cuando no hay instrucciones expresas respecto a que acción tomar es imponer mandamientos de hombres. Dios no ha legislado para toda situación, espera que ejerzamos nuestro juicio, que actuemos con libertad, guiados por el principio que procura su gloria. Si la promueve lo hacemos, si no afecta en manera alguna su causa podemos hacer o dejar de hacer determinada obra. Teniendo esta libertad necesitamos ser tolerantes con los demás y ellos aprender a serlo con nosotros. Romanos 14 nos enseña el principio de la tolerancia. Antes de juzgar la conducta de los hombres necesitamos preguntarnos si ellos están violando un mandamiento claramente establecido; o si lo que consideramos ser una acción pecaminosa es una conclusión personal, asunto de preferencia, o la aplicación da algún principio sacado fuera de contexto.

No confundamos la voluntad de Dios expresada en sus mandamientos con nuestra propia opinión de lo que debe ser la adoración. Donde no hay un mandamiento directo sobre una acción a tomar, el creyente tiene la libertad de obrar como bien le parezca sin incurrir en pecado alguno. No todo lo que el mundo practica es pecado, muchos tienen la idea que algo es pecaminoso por el sólo hecho de que lo practican los incrédulos. Algunos piensan que ver o participar en una obra teatral es pecado, ir al parque de pelota, o compartir en alguna fiesta, con el argumento de que esto son actividades mundanas. Hasta citan el texto: “No os juntéis en yugo con los infieles”. Al hacerlo lo sacan fuera de contexto y erróneamente concluyen un principio que no es correcto. También se oponen a lo que el mismo Jesús pidió al Padre cuando oró que no nos quitara del mundo sino que nos librara del mal.

Hablando de los adúlteros, Pablo enseñó: “les he dicho que no se relacionen con personas inmorales. Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salirse de este mundo”. El mandamiento es que no nos asociemos con los que llamándose cristianos continúan practicando un estilo de vida que claramente es contrario a Dios. Tengamos cuidado de querer ser más puros que él, fabricando mandamientos que no tienen ningún apoyo bíblico, que no promueven su gloria, antes bien el deseo de producir una justicia que nos haga más aceptables al cielo.

Existe otro tipo de obras que aunque no son ordenadas por Dios, son de carácter muy personal y las practicamos con la intención de glorificar a Dios. Lo glorifican no porque sean su voluntad, más bien por el deseo que tenemos por honrarle de alguna manera. Son nuestros sacrificios de alabanza a él. Ejemplo de esto lo encontramos en la práctica del vegetarianismo, que, de acuerdo al razonamiento de algunos, un cuerpo sano puede servir mejor al Señor. La práctica de ceremonias puede ser considerada una obra para la gloria de Dios pero no una obra que él ordene.  Los Juramentos, los votos, el celibato entran en la misma categoría. No hay pecado en hacer estas cosas ni en dejar de hacerlas. Se convierten en pecado cuando las imponemos como voluntad de Dios y exigimos el cumplimiento de ellas como base de nuestro compañerismo con los demás.

La libertad Cristiana enseña que cada uno puede vivir como le parezca mejor y disciplinarse a sí mismo de acuerdo con las circunstancias; siempre y cuando su estilo de vida, su manera de conducirse no contradiga la voluntad del Señor. Por lo que ninguno puede juzgar la conducta del otro en asuntos de preferencias. Cuidémonos de llamar mandamientos de Dios, lo que son nuestras propias conclusiones y deseos.

Las Buenas obras y los hombres

Finalmente deseo concluir mi exposición mostrando el efecto de las buenas obras sobre los hombres. Dios las ha ordenado para su gloria, y bendición de nuestro prójimo. Cuando ellos las contemplan glorifican a Dios. Contemplar no tiene que ver simplemente con visión, observación, sino que expresa como ellas afectan y bendicen al que las observa impulsándolo a glorificar a Dios (Mateo 5:16).

Muchos creyentes piensan que la vida cristiana es algo muy personal e individual. Su enfoque está en la transformación de sus personas, la mejora de sus caracteres. No negamos que esto tenga su lugar, lo que llamamos la atención es al hecho de que la conducta cristiana es para la edificación de los demás. Algunos sienten que están viviendo una buena experiencia cristiana porque están conscientes de su crecimiento moral, pero descuidan su relación con el prójimo. Esto es una piedad privada, totalmente ausente en la revelación bíblica. Si nuestra vida no es de bendición para otros no es la vida que el cielo ha diseñado para su iglesia. Esta piedad privada fue la que se intentó sostener por medio de conventos, donde las personas se retiraban del mundo para no contaminarse.

Pablo expresa muy bien el papel de las buenas obras cuando dice: “…los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tito 3:8). Dorcas fue un ejemplo de lo que es una piedad pública. Lucas registra que abundaba en buenas obras y en limosnas. El día de su muerte muchas viudas presentaron las túnicas que había hecho (Hechos 9:36). Las buenas obras son buenas en el contexto del mundo, llenando sus necesidades. Pablo le pidió a Tito que enseñara a la iglesia a ocuparse en buenas obras velando por los casos de necesidad, para que no fueran sin fruto (Tito 3:14).

Cuando nuestra vida piadosa interfiere con la comunidad de los creyentes no está siendo producida por el Espíritu de Dios. El consejo divino es que nos consideremos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24). Mi misión dentro de la iglesia es la de estimular y motivar a otros a la práctica de ellas, pero si los condeno porque no viven como yo deseo y destruyo su fe, ¿Cómo puedo juzgar como buena mis obras cuando desaniman a mi hermano? Para que mis obras sean lo que Dios pretende, en el contexto de la iglesia, deben estimular a otros.

¿Son las buenas obras opcional en la vida cristiana? Es como preguntar si los que están vivos respiran. Las buenas obras son la expresión de la fe del creyente y son tan naturales como la respiración en los seres vivos. El hecho de que se nos exhorta a motivarnos a ellas es señal de la pereza de muchos cristianos o de su ignorancia. Dios nos ha redimido para crear un pueblo propio, especial, celoso de buenas obras, no para que seamos perezoso (Tito 2:14). Empero si éstas no surgen de la fe y el amor hacia el Señor que nos ha redimido, en vano nos esforzamos por producirlas, pues nunca serán del agrado de Dios.

El peligro del creyente no son sus malas obras, su más grande peligro es las obras que llamamos buenas, su justicia personal, la cual como un hechizo lo conduce a apartarse de la gracia para poner su confianza en la carne. Que el Señor no sólo nos haga celosos de buenas obras, que también nos guarde de que ellas se conviertan en un estorbo, haciéndonos confiar en nuestra propia rectitud, y no en la perfección que obtuvo en su vida y con la cual agrado a su Padre.

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