Salvos por gracia, pero… sin santidad nadie verá al Señor

SinSantidad

La cárcel, más que una cárcel, parecía un mausoleo, los lugares donde vivían los presos era un espacio, que sin exageración, lo que cabía en él era una caja donde sepultan a los que abandonan esta vida miserable. La condición de estos confinados era deplorable, ¡pobres desgraciados, que les toca vivir una miseria como aquella! El lugar era lúgubre, mal oliente, tinieblas lo arropaban, y de no haber sido por los pequeños rayos de luz que se escapaban de vez en cuando por una ventana o de aquellas puertas distantes que daban entrada a este cementerio de vivos, no hubiésemos podido vernos, ni encontrar la salida.

En aquella miseria algunos se buscaban la vida convirtiendo su pequeña fosa en una tienda de provisiones. ¿Dónde dormían estos? Me preguntaba. Pero las condiciones eran tales que algo tenían que hacer para comer. Para subsistir estaban a merced de la asistencia de sus familiares del exterior, estos eran los más agraciados, los demás se encontraban a merced del gobierno que les hiciera caer de la mesa gubernamental alguna migaja de pan.

Por fin llegamos a la capilla, cuatro paredes y un techo fabricado con materiales plásticos que al darle el azote del sol del mediodía, aquella capilla que se tenía como puerta del cielo, parecía el mismo infierno sobre la tierra. Sin embargo, todos estaban contentos. Cantaban con entusiasmo. Debo confesar que yo no soportaba el calor; de no haber sido por la misión que nos condujo al lugar, me hubiera ido.  Se encontraban en la capilla unos hermanos pentecostales, que según me informaron asistían a menudo al lugar, estos acompañaban el cántico y la adoración. A ellos les tocó hablar primero. Después de casi una hora de soportar aquel calor, me tocó mi turno.

Comencé ha hablarles de la gracia de Dios, de cómo recibe a pecadores, de nuestra total incapacidad para hacer justicia. Mientras tanto, una hermana “pastora” me interrumpía diciendo: “sin santidad nadie verá al Señor”. Yo insistía en exaltar más alto al Hombre del Calvario, para que aquellos presos, que la maldad de sus corazones había llevado allí, pudieran ver el poderoso Salvador que tenían. Necesitaban entender que su única justicia era Cristo.

Pero aquella mujer, dispuesta a opacar la gloria del evangelio, insistía: “Sin santidad nadie verá al Señor”. Ya no podía soportar, ni sus interrupciones, ni su impertinencia. ¡Aún hay fariseísmo cristiano en nuestros días!, personas que alardean de santidad, presentan los requisitos al pueblo, les echan una carga tras sus hombros que ellos mismos no pueden llevar.  Esta mujer no estaba conforme con el evangelio, si aquellos esclavos del diablo, la conciencia y la carne habrían de encontrar libertad para venir a Cristo, según ella, necesitaban santidad. El evangelio no era suficiente. Esto es un falso celo farisaico que encubre la realidad, ella procuraba ganar el favor de Dios en base a una vida transformada. Creía que Cristo no era suficiente y necesitaba complementar su obra con su rectitud personal.

Ya no podía soportar aquellas pretensiones infernales, que en verdad no procuraban la gloria de Cristo sino la del hombre. Me detuve y me dirigí a ella. Le dije: “Señora, ¿es usted santa?” Su rostro cambió, de momento, la pregunta la sorprende; pero después de un momento de zarandeó, recobró su postura y me respondió: “todavía no lo soy, pero estoy tratando”.  A lo que le respondí: “el texto no dice que los que verán al Señor son los que están tratando, los que tienen buenas intenciones o los que están luchando y no lo han alcanzado; el texto dice: sin santidad nadie verá al Señor”.

Traté de hacerla pensar en lo que pretendía. Le explique, partiendo de la manera de pensar de ella, que ser santo es vivir sin pecar contra Dios. ¿Lo ha logrado usted? —le pregunté— ¿cómo sabrá que tiene suficiente santidad como para ver al Señor? ¿confía usted que tiene la rectitud que necesita para estar frente a Dios? Todos, de los reunidos en el lugar, al auto examinarse reconocieron que no llenaban los requisitos. Mi pregunta final, a la engañada mujer por su propio corazón, fue: ¿si Cristo viene en estos momentos, en que usted está tratando de ser santa, pero no lo es aún, se salvaría o iría al infierno?  No supo que responder, sus propias palabra ya habían testificado contra ella, pero no se atrevía confesar las consecuencias. Otros reconocieron que si aquel era el requisito, según se interpretaba el texto: Sin santidad nadie verá al Señor, entonces irían al infierno.

Como puedes ver, la doctrina que estas personas deducen del texto, en lugar de exaltar la gloriosa justicia de Cristo y hacer que el creyente encuentre su paz en la gracia, lo que hace es sumergirlo en la incertidumbre o convertirlo en un moderno fariseo cristiano. Estas son personas con la esperanza de llegar a esa estatura espiritual. Nobles intenciones, pero van en busca de estas cosas por el camino equivocado, al descartar la justicia de Dios y establecer la suya. Otros reconocen que lo que el texto exige, no lo tienen, pero creen que Cristo pondrá lo que les falte. Nuevamente, para estos, Cristo no es suficiente. Piensan de la salvación como algo que el hombre debe hacer. En última instancia, en estas ideas, la salvación descansa en rectitud del hombre y no en la obra terminada de Cristo.

El mismo que escribió: “Sin santidad nadie verá al Señor”es el mismo que dijo:

Hebreos 10:9 y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. 10 En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. 11 Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.

Hebreos explica que lo que santifica no son nuestras obras, no es nuestra cooperación con el Espíritu. Nota mi amigo que lees, el texto atribuye la santificación a la obra de Cristo. Esta santificación, si continúas leyendo, hace posible que puedas entrar al lugar santísimo. Es una santificación que elimina el pecado y la conciencia de culpa. En otras palabras, la santificación de la que aquí se habla tiene que ver con la obra perfecta de Cristo que quitó de una vez y para siempre el pecado, lo que interrumpía nuestra relación con el Santo Dios. Trata de nuestra justificación. Según Hebreos, quién tiene a Cristo, el que lo reconoce como el perfecto sacrificio, es un santo con todo derecho de ver al Señor, otra forma de decir que puede entrar al lugar santísimo.

19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, 20 por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, 21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe…

No hay nada más que añadir….Cristo es tu santidad y sin él y la obra que consumó con su vivir y morir nadie verá al Señor. ¡Amen!

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