El Jesús de lo hombres malos versus el Jesús de los hombres buenos

fariseoPublicano

No es como los fariseos: santurrones y piadosos religiosos que intentan cambiar a Jesús; y lo critican porque come y bebe con pecadores, prostitutas y publicanos. Exigen que actúe como ellos, con una actitud de crítica y condenación, un espíritu de justicia propia, y que fomente la piedad externa. El hombre malo se siente a gusto con Jesús porque lo ve asociarse con los despreciados del mundo, los inmundos y contaminados. Al Salvador no le importó que lo vieran con prostitutas, tocar al leproso o entrar a la casa de un gentil; él era el Jesús de los hombres malos.

No vino a ser Salvador de hombres buenos sino de los hombres malos. El no vino al mundo por el cordero que estaba en el redil sino por el que se encontraba en el abismo. Vino para extenderle la mano al que se está ahogando, al preso que está en la cárcel, al ladrón de la cruz, al adúltero como David y al perseguidor como Pablo. El es el Jesús de los hombres malos.

El hombre malo no tiene necesidad de crear un Jesús diferente, encuentra en el Jesús de la historia todo cuanto necesita. Si fuera otro Jesús, entonces no sería el que su condición requiere. El Jesús real para él es aquél que recibe en la predicación como el niño que su madre le cuenta una historia antes de dormir. Una fe sencilla; entra al reino como niño, enamorado de su Súper Héroe: Jesús el crucificado, que lo libró de su horrible destino.

El Jesús de los hombres malos no mora en el interior de aquél que lo recibe, porque cuando el hombre malo busca dentro de sí, lo único que descubre es la inmundicia, suciedad, pasiones que procuran control, debilidades, malos pensamientos, avaricia, codicia: un sepulcro lleno de pudrición. Por lo que para tener seguridad y no ser atormentado por su culpa, procura fuera de sí lo que en sí mismo no puede ver. Sus ojos no han sido dañados por el Jesús de los hombres buenos. Tiene dudas si será recibido, pero no es porque no pueda aceptar que Jesús es Salvador de pecadores como él, más bien por el profundo sentido de su culpa frente a la majestad de Dios.

No tiene aspiración de grandeza, no piensa en ser como Dios o ser como Cristo. Le embarga un sentimiento tan profundo de su propia indignidad que se conforma con ser pordiosero de la gracia. Está tan agradecido por recibir la migaja que cae de la mesa de su rey que no hay ninguna pretensión de sentarse a su mesa, ni quejas por lo que recibe o descontento porque no lo trata mejor. Es el hijo pródigo que partió a provincias lejanas, malgastó la herencia y no tiene nada que reclamar; cualquier rincón es un palacio; cualquier migaja un manjar; cualquier atavío un manto de rey. No aspira nada porque lo tiene todo.

El Jesús de los hombres malos es para personas como Mefiboset, un lisiado, hijo de condenado; que entiende que se encuentra sentado a la mesa del rey, comiendo de sus manjares por un acto de misericordia del Cielo. No puede alardear de lo que es, de los logros alcanzados o del trabajo realizado. Cuando contempla su condición lo único que observa son sus pies lisiados, y no logra entender porque su Rey le ha otorgado la gracia, cuando nada tiene que ofrecer, ni jamás podrá hacerlo. No aspira pagar la bondad que recibe, entiende que mientras viva en ese cuerpo seguirá siendo lo que es: un lisiado, punto.

El hombre malo no sabe contenerse, su alma conmovida por profundo agradecimiento unge con lágrimas los pies de su benefactor, los enjuga con sus propios cabellos y los besa con exuberante expresiones de gratitud. Escoge el mejor perfume, el más caro, con el cual pueda honrar a su Señor. No hay palabras humillantes que lo separen de su amado, críticas ni reprensiones. El amor del Señor es su prenda más preciada y está dispuesto no sólo a perder el mundo, sino hasta su propia vida.

El Jesús de los hombres buenos

Hombres buenos son aquellos que han alcanzado una alta reputación en la sociedad, una elevada estatura moral en la apreciación de los demás. Serviciales, humildes, sacrificados, piadosos, con altos valores religiosos. Un ejemplo para la sociedad; ciudadanos que son la codicia de toda ciudad y país.

¿Cómo podemos definir lo que es bueno? Jesús mismo declaró que únicamente Dios era bueno. Por lo cual nuestra regla para determinar quiénes son hombres buenos no puede ser la opinión de otro hombre sino Dios. Por tal razón los hombres buenos son una ilusión, un ideal, una opinión puramente humana. Bueno es la gloria con la cual agasaja un hombre bueno a otro, alimentando el orgullo carnal y el falso sentido de humildad.

Hombre bueno es aquel que con el pasar de los años pierde la convicción de que es pecador y su propia rectitud embota sus sentidos, y su justicia propia le impide entender la profunda necesidad del Jesús de los hombres malos. Se tiene por persona transformada, cambiada; enfermo restablecido, persona en bancarrota que recuperó sus riquezas o débil que recobró sus fuerzas.

Su visión está tan nublada que perdió el gusto y la pasión con la que hablaba del Jesús de los hombres malos. Ahora le gusta hablar de sí mismo, de lo que era, de los cambios que ha sufrido, del poder renovador de Dios en su vida o de los dones espirituales que posee. Está lleno de poder, alardea de su potencial y cómo nada le es imposible con las capacidades del Espíritu en su vida.

El hombre bueno piensa del Espíritu como un instrumento para desarrollar su potencial como ser humano y le permita vivir en total independencia del Jesús de los hombres malos. El Jesús de los hombres malos es para él asunto del pasado, un estado infantil que tiene que abandonar. Aquella fe de niños que descansaba en la historia del Crucificado, la sustituye por una segunda y más gloriosa bendición: el poder renovador y restaurador del Espíritu. Antes la gracia era la respuesta a sus necesidades; pero ahora, que se lo restauró y es una nueva criatura toda suficiente, se pregunta cómo puede llegar a la cumbre de todo lo que Dios pretende que sea. El esfuerzo cristiano remplazó a la gracia divina; la rectitud personal, al perdón inmerecido; los ojos que en una ocasión miraban al cielo, a la diestra de Dios donde Cristo intercede, ahora miran al interior, a la experiencia.

Hombre bueno vive en un falso sentido de grandeza. Piensa que Dios le ha dado el poder para llegar a ser como Cristo, ese es su sueño, esa es su meta. Y quien no camina por el mismo sendero, lo menosprecia, lo tiene por mundano, un hijo del diablo. Y, en su ilusorio sueño de grandeza, llega a pensar que ya casi lo alcanza, por lo que mira con desprecio a los menos afortunados. Como el pavo real, despliega el hermoso plumaje de sus dones en señal de que Dios lo ha favorecido. Es espiritual, otra flor que adorna el jardín de Dios; los demás, la mala hierba que arrancará el jardinero celestial.

Hombre bueno baja a Dios de su perfección y grandeza y lo coloca al nivel de la criatura mortal. Piensa que la perfección que el Eterno demanda no se determina a partir de lo que exige sino de lo que el hombre pueda dar. Su conciencia no se inquieta ni se sacude ante la majestad divina, está convencido que su rectitud agrada al Cielo, por lo que no tiene que temer el juicio venidero. Tiene en poco la justicia divina mientras se aferra a su misericordia. Ha suplantado al Dios santo que aborrece la imperfección por uno condescendiente, lleno de amor que —según él— no exige de sus criaturas lo que ellas no pueden dar. Por esta razón no necesita de Cristo como su Representante, piensa que sus obras personales son más que suficientes para salvarlo.

Los hombres buenos son un abortivo de la fe, una mutación diabólica; todo lo cambian y su influencia conduce a muchos por el mal camino. Son enemigos de la cruz, de la justicia de la fe, y de todo cuanto tenga que ver con el evangelio de la gracia. Tienen un concepto tan elevado de su propia justicia que muy poco hablan de la justicia de Cristo o del porqué de su representación celestial. Cuando hablan de Jesús lo hacen como si hablasen de un fósil prehistórico o de una ruina arqueológica. Un personaje del pasado sin relevancia alguna para el presente, un padre fundador que sentó las bases para que continuemos erigiendo nuestra propia vida y creando nuestro propio destino.

Alguien acertadamente dijo: cuídense de los hombres, en especial de los hombres buenos. La iglesia es la comunión de los hombres malos, pero los hombres buenos se han apoderado de ella. Hasta que no se vuelva a la mentalidad de hombres malos se continuará fomentando el orgullo, la justicia propia y el espíritu farisaico que la está destruyendo. Hay pocos pordioseros de la gracia y demasiados prósperos y ricos en justicia propia y comodidad carnal. Pretenden ser hombres buenos con derecho a reclamar prosperidad en el mundo. Por tal razón hacen de Cristo un simple medio, un amuleto de buena suerte para lograr sus fines. ¡Bienaventurado el hombre malo que se refugia en la gracia; maldito el hombre bueno que apoyado en su justicia propia, tiene en poco a Cristo!

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