La Biblia, testigo del Dios verdadero

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La Biblia es la colección de documentos que registra lo que Dios hizo en la historia,  preservado por hombres divinamente escogidos.  Tiene autoridad por ser el registro de esa revelación. La fe cristiana se fundamenta en esos hechos históricos y rechaza como fe legítima a aquella que niegue esa forma de revelación.

El cristianismo no es un conjunto de leyes  por las cuales vivir o una filosofía de religión; se apoya por completo de eventos reales en la historia.  Para algunos esto es escandaloso, por cuanto significa que la verdad del cristianismo depende de la veracidad de ciertos hechos, de tal manera que si esos hechos pueden mostrarse que no son ciertos, tampoco lo es el cristianismo. Y al mismo tiempo, esto hace al cristianismo algo único, por cuanto a diferencia de las demás religiones del mundo, tenemos los medios para verificar su veracidad mediante evidencias históricas (William Lane Craig).

Un escritor cristiano decía:

“Una de las características únicas de la fe Cristiana es la afirmación de que su fundamento se basa en la realidad, la manera en que las cosas en verdad sucedieron una vez, en un tiempo real y en un espacio real. Esto de hecho es una afirmación que se le hace difícil aceptar a nuestra cultura. Entre tanto el Cristianismo exista en el plano de preferencia personal—una filosofía entre tantas— entonces, los que se encuentran fuera de su círculo no tienen ninguna queja. Sin embargo, es otro asunto tan pronto se afirma que el Cristianismo por ser verdadero tiene consecuencias para todos. Tristemente, este divorcio entre fe e historia ha penetrado de manera significativa en la iglesia. …Es necesario establecer con claridad desde el principio, que el cristianismo bíblico siempre enseñó que Dios se reveló a sí mismo en eventos reales de la historia humana”.

William Hordern escribió:

“Mientras otras religiones miran a la naturaleza y a las experiencias místicas o racionales para encontrar la revelación de Dios, la fe bíblica encuentra la revelación, en primer lugar, en ciertos eventos históricos. El Cristianismo es una religión histórica porque presenta doctrinas religiosas que son al mismo tiempo eventos históricos o interpretaciones históricas”.

Ronald Nash también está de acuerdo que:

“El Cristianismo es…una religión histórica en el sentido de que como condición de su veracidad depende necesariamente de que ciertos eventos como la crucifixión y la resurrección hayan ocurrido en verdad. El Cristianismo desde el mismo principio ha tomado muy en serio la declaración del apóstol Pablo de que si Cristo no resucitó de entre los muertos (físicamente), entonces aquellos que creen que él lo fue se encuentran en el barco de grandes tontos y su fe es vana”.

Como hizo notar T.A. Roberts:

“La verdad del Cristianismo está anclada en la historia: de ahí que el reconocimiento implícito que si algunos o todos los eventos sobre los cuales el Cristianismo tradicionalmente se ha basado se prueban que no son históricos, entonces los reclamos religiosos del Cristianismo estaría en serio peligro”.

Como testigo final, Alan Richardson atestigua que:

“La fe Cristiana es una fe histórica, en el sentido de que es más que una mera aceptación intelectual de cierta clase de filosofía teísta; ella se encuentra vinculada a ciertos acontecimientos del pasado, y si se muestra que estos acontecimientos nunca ocurrieron, o que fueron diferentes al relato bíblico Cristiano, entonces, se evidenciará que todo el edificio de la fe, vida y adoración cristiana ha estado fundado sobre la arena”.

El Dios judeocristiano es el Dios de la Biblia.  “Creo en Dios” no es aceptar la posibilidad de que Dios exista, sino reconocer que se ha revelado.  Decir que creemos en Dios sin identificarlo en sus actos de redención, en sus actos en la historia, es no creer en él. Un dios sin revelación, sin historia, es sólo una idea, una fuerza cósmica, producto de nuestra imaginación, no el Dios de las Escrituras.  Al afirmar que Jehová es el Dios de la Biblia no quiero decir que es producto del genio y la razón de hombres dotados que fabricaron una fábula. Las Escrituras son el afidávit, la evidencia legal, del testimonio que ofrecieron los testigos oculares de los hechos que registra respecto a las manifestaciones de Dios.  Su precisión como documento histórico cada vez se la reconoce. Los descubrimientos arqueológicos han callado la boca a los críticos más severos. Tienen que aceptar que tienen ante ellos un documento que realmente registra eventos de gran relevancia. Lo significativo de su testimonio es que cada uno de los eventos que preserva los presenta en el contexto de las obras de Jehová a favor de Israel. Esto hace que la historia de la que habla no sea simplemente la historia de una nación en lucha con otras naciones, es en primer lugar la historia de Dios, y, por consiguiente, el registro del milagro de su presencia en el mundo.

Por lo tanto conocer a Dios es conocerlo en la Biblia.  Jehová es su nombre, él es el Dios de la revelación histórica, el posee una historia y es esa historia la que la Biblia registra.  “Creo en Dios”, para el cristiano, es la confesión de Jehová como nuestro Dios, y que estamos seguros que se ha dado a conocer en nuestro mundo. Cuando Moisés le pregunta por su nombre para decirle al pueblo quién lo envía, este se identifica como el Dios de Abraham, de Jacob e Isaac. Es decir, el Dios que conocieron sus padres y estuvo ligado a la historia de ellos.

Jehová se dio a conocer a Israel como el Dios verdadero en los poderosos milagros que realizó en Egipto;  y al hacerlos se dio a conocer de igual forma a los egipcios. En referencia a esto Moisés escribe:

Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios.   Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos (Éxodo 7:4-5).

Una vez más se acentúa el carácter histórico del Dios que Israel adora. Presta atención en la manera que Deuteronomio lo expresa:

Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da.  No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno.  Vuestros ojos vieron lo que hizo Jehová con motivo de Baal-peor; que a todo hombre que fue en pos de Baal-peor destruyó Jehová tu Dios de en medio de ti.  Mas vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy.  Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella.  Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta.  Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?  Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.  El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos;  y os acercasteis y os pusisteis al pie del monte; y el monte ardía en fuego hasta en medio de los cielos con tinieblas, nube y oscuridad;  y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis (Deuteronomio 4:1-12).

Moisés usa expresiones como “Vuestros ojos vieron” “oír mis palabras” “el monte ardía en fuego” “tinieblas, nube y oscuridad” “habló Jehová” “oísteis la voz de sus palabras.”  Cada una de estas expresiones insisten sobre la historicidad de Dios, y demuestran que no fue una experiencia extática, un arrebatamiento emocional o auto sugestión, sino un evento real, temporal e histórico lo que ocurrió cuando Jehová se reveló. Puesto que no estuvimos vivos en el tiempo en que estos eventos ocurrieron, necesitamos registros que atestigüen de su realidad.  La Biblia es ese testigo.  El hecho de que algunos no estén de acuerdo con lo que ella sostiene, no altera la realidad de que, de acuerdo al registro que tenemos de Moisés y los profetas, Israel creía en un Dios histórico con una revelación histórica.  Y atestiguan que lo vieron y escucharon, y esto se constituyó en el fundamento de su fe, de su confesión y alabanza.  Los profetas condenan la idolatría porque los dioses no tienen respaldo histórico del cual sostenerse. Es digno notar que en las controversias de los profetas con Israel nunca apelaron a evidencias históricas para justificar su conducta. Sólo Jehová puede hacerlo. Jehová los llama a que presenten sus testigos:

Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.  Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.  Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti. Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida. No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré.  Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.  Sacad al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos que tienen oídos.  Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos, y justifíquense; oigan, y digan: Verdad es.  Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.  Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará? (Isaías 43:1-13)

El mismo que los libró de Egipto y los librará de Babilonia es el Creador de todas las cosas; confiesa Israel. Es esa historia, esa revelación, la que se les ordena enseñar y aprender: “El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos” (Deuteronomio 4:10).

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