Emprendiendo el Camino a Emaús

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El camino a Emaús es una alegoría de tus experiencias; una mirada a tu pasado, los momentos perdidos, los sueños desvanecidos; una etapa de tu pasar por el mundo de la cual no puedes escapar. Tarde o temprano todos tendremos que enfrentar ese momento que pone en juicio nuestra vida y el futuro de nuestra propia existencia. Es un momento crucial que puede destruirte por completo o restaurarte.

Estos dos hombres que van camino a Emaús representan el diálogo contigo mismo ante los años que han muerto, estériles de fruto, sin seguridad alguna de futuro. Aquello en lo cual pusiste tu fe ya no existe, no hay ancla que sostenga tu barca, tu existencia como una barquilla va a la derriba destinada al naufragio.

El camino a Emaús no sólo habla de regreso, sino de partida. Presupone el lugar que dejaste para salir en búsqueda de un mejor futuro. Quizás para ti represente tus experiencias depresivas, tus momentos de incomprensión; un lugar donde tus libertades fueron cuartadas, donde experimentaste la injusticia. Saliste con la idea de que Dios te libraría de tus dificultades, pensabas que sanaría todas tus dolencias, que resolvería todos tus problemas. No tuviste en cuenta la sabiduría de Dios, quien tiene para ti planes mucho más abarcantes que el de tu pequeño mundo egoísta. Te preocupaste únicamente por tu comodidad, pretendiendo que todo girara a tu alrededor. No le preguntaste qué deseaba o qué se proponía hacer, antes le exigiste y le ordenaste que resolviera tu condición si esperaba las migajas de tu adoración y respeto.

Le sujetaste a tus condiciones, deseando manipularle a tu antojo. ?Si lo he de adorar lo haré única y exclusivamente si responde a mis demandas?, por lo menos así pensabas en tu ignorancia y rebeldía, aunque no te atrevieras a articularlo con palabras. Deseaste ignorar que la vida es mucho más que promover tu comodidad o suplir tus efímeras necesidades, es ante todo una lucha cósmica (que abarca el cielo y la tierra) con planes mucho más amplios, con repercusiones eternas.

Como estos discípulos de Emaús has interpretado erróneamente a Dios y la vida en el mundo. Hiciste de Cristo un médico, un psicólogo, un reconciliador de parejas y mediador de discordias. De igual manera pensó un hombre que se acercó a Jesús para pedirle que dijera a su hermano que dividiera su herencia. A lo que respondió que no había venido para convertirse en árbitro o para satisfacer los deseos de nuestra avaricia (Lucas 12:13-15). Cuando piensas de él así, y encapsulas a Dios en tu visión de lo que él debe ser, lo único que te espera es sufrir un chasco. Los discípulos de Emaús pensaron que Jesús establecería su reino, su nación prosperaría y se convertiría en cabeza de los reinos del mundo, y ellos deseaban ser parte de todo esto. Para ellos significaba el fin de la esclavitud, de la tiranía de Roma y sus injusticias, fin de la pobreza y la enfermedad. Si saliste de Emaús con esta visión equivocada, regresarás defraudado, todo triste, pensando que el Señor se olvidó de ti. En realidad no fue él quien te falló, fue la pobre imagen de él que concebiste en tu ignorancia.

Frente a esta realidad tu regreso a Emaús representa volver a una vida sin sentido, llena de desilusiones. Regresas al lugar de partida, del cual saliste con grandes aspiraciones, colmado de esperanzas, con la idea de que tu futuro habría de ser transformado. Saliste lleno de optimismo con una visión alentadora de la vida, pero descubriste las injusticias que en ella hay. Presenciaste con tus propios ojos cómo trataron al Inocente, cómo condenaron al Virtuoso, noble y honesto, cómo la práctica de la virtud en lugar de fomentar el aplauso de los hombres, incita al desprecio. Al Justo trataron como impío y al impío como justo. Y te preguntas: ¿qué valor tiene vivir como justo en un mundo que sólo ama el desafuero? ¿Cómo es posible obrar bien cuando a pesar de todo te condenan y te tratan injustamente? Entonces alabaste la injusticia y te acogiste a la mentira, pensando que de esta manera serías feliz. Con todo, nada satisfizo tu búsqueda, fuiste en pos de una realidad que era tan sólo un fantasma de la noche en un mundo en tinieblas.

El camino de Emaús conduce al análisis, al enjuiciamiento de todo lo que eres y de todo lo que esperas. Pensabas en construir tu futuro, le exigías a la vida rehusando lo que ella te ofrecía. Es necesario que en este camino a Emaús te preguntes si tus expectativas son reales, si lo que esperas es lo correcto. Porque de no serlo, lo que aguardas se esfumará como espejismos de tu imaginación, para despertar frustrado.

Frustrado por la vida decides no esperar nada de ella, perdiste toda confianza en el hombre; por lo que la única esperanza en la que puedes formar tu futuro se encuentra en las manos de Dios; dependiendo de su soberana volunta. Desde el instante en que la contemplas allí, tu expectativa deja de estar en lo que deseas lograr, para convertirse en la paciente espera de ver cumplida su voluntad para tu vida. Tu esperanza ya no es Tu futuro ?lo que esperabas lograr? es el futuro de Dios, su plan, del cual te permite participar por gracia. La fe, como grito del alma desesperada y frustrada, te permite abandonar la creación de tu mañana. Pero, ese momento nunca llegará a menos que entres en diálogo contigo mismo para descubrir tu necedad.

Diálogo con mi Yo

El camino de Emaús es desesperante, piensas que tu vida termina cuando ves frustradas tus aspiraciones. Se te hace difícil mirar más allá del presente, más allá del fracaso, y te desespera la impotencia, la realidad de saber que nada puedes contra la maldad y el sufrimiento que te afecta en el mundo. Has observado todo cuanto se hace en esta vida, y todo ello es absurdo, ¡es correr tras el viento! Ni se puede enderezar lo torcido, ni se puede contar lo que falta. Has descubierto que todo es necedad e insensatez. Llegaste a la conclusión que intentar cambiar todo esto es como querer coger el viento con las manos. Mientras más conoces, más problemas, mientras más sabes más sufres, ¡Cuán miserable es vivir en este mundo! (Eclesiastés 1:14-17).

No puedes engañarte, no puedes escapar de ti mismo, frente a ti está la realidad que dice que todo está muerto. Regresas de Jerusalén habiendo observado la crucifixión de tus ambiciones. Y lo triste de tu diálogo es que no hay nada que pueda dar respuestas a tus interrogantes. No obstante, necesitas del diálogo para poder escapar de tus fantasías, el mundo de ilusiones que forjaste, la visión equivocada de tu existencia y del mundo que te rodea. En tu ignorancia fabricaste castillos en el aire, sin ninguna correspondencia con la realidad. Reemplazaste la realidad por la ilusión y viviste de ella como si fuera la realidad misma. Hasta que la vida te castigó con el despertar y te diste cuenta que se desvanecieron los espejismos. El dialogo es pues necesario para descubrir la verdad, para desnudarnos en nuestra interioridad, sin tapujos ni excusas. Nadie te condena, estás solo, eres tu propio juez, dirimiendo el porqué de tus fracasos y frustraciones. A nadie puedes culpar, en lo más recóndito de tu ser sabes que eres responsable de la manera en que forjaste tu vida. Fuiste el arquitecto y constructor de lo que eres y de todo lo que te defrauda. Amado Nervo, lo expuso magistralmente:

Muy cerca de mi ocaso
yo te bendigo vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos ni pena inmerecida.
Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino
que si extraje la miel o la hiel de las cosas
fue porque en ellas puse hiel o mieles
sabrosas
Cuando planté rosales, coseché siempre rosas!
cierto, a mis lozanías
va a seguir el invierno;
más tú no me dijiste que mayo fuese eterno.
Hallé sin duda largas las noches de mis penas
más tú no me ofreciste tan solo noches buenas
en cambio tuve otras santamente serenas.
Amé!! y fui amado!!!, el sol acarició mi faz;
vida nada me debes!! vida estamos en paz…

Este es el diálogo con la vida, sin él continuarás viviendo con tus ensueños, continuarás en tu mentira. Muchos evaden este momento, les aterroriza la idea de encontrarse a sí mismos. Les acobarda descubrir lo que son, el encontrarse solos, lisiados, en la paradoja del ?querer y no poder?, como Pablo lo hiciera en Romanos 7. Nos desilusiona saber que fracasamos, el estar concientes que no sólo lo hicimos, sino que no podremos resolver las dificultades que la vida nos plantea. Partiste a Jerusalén convencido que todo sería diferente, que eras lo suficiente capaz como para ?querer y poder?, pero ahora regresas camino a Emaús desilusionado. Para aquellos que aceptamos la realidad que lo que deseamos no es siempre lo que la vida nos da, existe un grito de frustración, pero a la vez, uno de esperanza. Como Pablo también confesamos; ?quien me librará de este cuerpo de muerte?, de este vivir que nos incapacita de ver cumplidas nuestras aspiraciones, de hacer realidad nuestros sueños. Todos nosotros cargamos con el cadáver de nuestros sueños, con los cuerpos muertos de decisiones pasadas, las cuales a menudo nos harán desesperar.

El Camino de Emaús Descubre la Fragilidad de Nuestra Fe

El camino de Emaús muestra que donde la fe no está fundada en una clara visión de Dios lo único que espera es la frustración y el fracaso. Frente a la insensatez de la vida y sus sufrimientos te lanzas a la búsqueda de aquello que te pueda sostener, y prometa un mejor futuro. Muy a menudo te equivocas al poner tu confianza en cosas, personas y experiencias que, según piensas, podrían cambiar la realidad en la cual vives. La verdad es que cuando éstas se derrumban también tu vida se desmorona con ellas. Porque tu vida será tan estable como la estabilidad de aquello en lo cual te confías.

La incredulidad es un descubrimiento, por naturaleza creemos que somos personas de mucha fe. Pensamos que por conocer o estar seguros de ciertas realidades, esto nos hace creyentes. Pero al llegar el invierno de la vida tu fe decae, para luego descubrir que no puedes continuar confiando en aquello en lo cual pusiste tu esperanza, de ahí que te sobrecoja un sentido de inseguridad. Es un hecho que no puedes vivir la vida sin confiar en ciertas realidades, pero cuando la incertidumbre te visita destruye tus fortalezas y con ellas tu misma felicidad.

El camino a Emaús es un encuentro con tu incredulidad y con la fragilidad de tu fe. Con frecuencia cuando las doctrinas de una organización son puestas en duda sus miembros se preguntan:?¿qué vamos a creer entonces?? Esto se debe a que su fe, seguridad y esperanza están puestas en la interpretación de la realidad y no en la realidad misma. Quienes no están dispuestos a enjuiciar sus propias convicciones no podrán salir de sus engaños. Se necesita valentía para emprender el camino a Emaús, porque se nos llamará a hacer decisiones drásticas, a cambiar la manera en que pensamos de las cosas. Aquellos discípulos estaban equivocados en cuanto a Jesús, ahora era necesario un estudio de sus propias opiniones y la resolución para cambiarlas.

La realidad sigue siendo realidad no importa lo que pienses de ellas. No hay tal cosa que una verdad situacional o una verdad relativa. Lo relativo de la verdad se encuentra en nuestra ignorancia no en la verdad misma; y, a menudo, en nuestro deseo de vivir en la mentira. Si deseas una vida estable con una visión alentadora del futuro necesitas conocer la verdad. Precisas entender en quién o en qué basas tu seguridad; y luego cuál es la manera correcta de interpretar esta realidad en la cual pones tu esperanza. Siempre dispuesto a enjuiciar tus conclusiones, ya que sólo puede existir una sola interpretación de la realidad que te ayudará a evitar el desánimo; por lo que es de gran importancia el que vivas diariamente en su búsqueda.

Los discípulos de Emaús tuvieron que descubrir, en su frustración, que Cristo no era lo que esperaban. Confundieron sus expectativas con la realidad y esto los condujo a la desilusión. Es en la resurrección que entendieron el significado de su misión y se dieron cuenta que no fue él quien los defraudó, sino el concepto equivocado que ellos tenían de su obra. Su fe se sacudió porque se zarandeó su fundamento, y se zarandeó su fundamento porque era equivocado.

Necesitas caminar tu Emaús no sólo para descubrir el cimiento de tu fe, ante todo para permitir que el Resucitado venga a tu encuentro y se revele. Emaús prueba la fe. No te desalientes ante la dificultad que te sobrecoge por algún tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también tu fe, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele. A quien amas a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ves ahora, crees en él y te alegras con un gozo indescriptible y glorioso, pues estás obteniendo la meta de tu fe, que es tu salvación (1 Pedro 1; 6-9). Por lo que es justo preguntarte si las evidencias del obrar de Dios son suficientes como para que permanezcas firme cuando no veas que tus expectativas se cumplen. Los discípulos estaban dispuestos a reconocer que Cristo era un gran profeta, varón aprobado por Dios mediante señales y prodigios, varón poderoso en palabras y obras. Sin embargo, el sentimiento de expectativas fracasadas debilitó esta fe, o sea, que la experiencia de frustración opacó la fuerza de sus convicciones. Lo que está en juicio no es lo que crees, sino lo que aceptas como testimonio de la fidelidad de Dios en el momento cuando la vida te traiciona y ves tus esperazas marchitarse. La fe se sacude cuando utilizas tu experiencia para juzgar la obra de Dios en lugar de aferrarte de las evidencias presentes en su revelación. El encuentro con tu realidad, te obliga a escoger el principio por el cual habrás de dirigir tu existencia. ¿Será acaso tu experiencia o la revelación de lo que Dios hizo a tu favor? Más aún, tienes que preguntarte si tu realidad y lo que interpretas de ella corresponde a la de Dios.

El Camino de Emaús Como un Abrir de Ojos

Antes hablábamos de nuestra realidad en contraste con la de Dios. Esto no significa que existen dos realidades en la revelación, pero sí que mi interpretación y la de Dios no necesariamente son iguales. El no poder comprender ni apreciar el propósito de Dios en la historia te llenará de angustia y desesperación. Por lo que necesitas ir camino a Emaús para poder descubrir esta realidad que va más allá de los que tus ojos ven y tu entendimiento puede comprender. El fracaso de Job fue precisamente éste, el juzgar su vida conforme a su realidad y no en conformidad con la de Dios.

Te preguntas ¿qué es la realidad? ¿qué significado tiene todo cuanto está sucediendo?, para ti ella es interpretación, compuesta de ideas y experiencias, pero esto es tu realidad subjetiva, propensa a los cambios de tu mente y tus emociones. Muchas veces es una pesadilla, un sueño, que te afecta y del cual quisieras escapar, para luego descubrir que era sólo eso, un simple sueño. Esta es la realidad percibida y vivida a través de tus sentidos carnales; pero cuando interpretas tus vivencias a la luz de la nueva visión que adquiriste camino a Emaús, tu vida cambia, tus experiencias se transforman. El Resucitado dio una nueva interpretación a tu vivir, te incorporó en su misma experiencia afectándote radicalmente. Junto con los discípulos de Emaús también dirás: ?¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?? A partir del encuentro con el Resucitado, como dice Pablo, tienes la mente de Cristo; esto es, ves e interpretas lo que eres a la luz del Resucitado. La revelación del misterio de Dios por medio del Espíritu te permite ver todas las cosas en una nueva perspectiva. De aquí en adelante ya no existe el ?me parece? que antes caracterizaba tu apreciación de Jesús en tu frustración. Ahora existe una seguridad, una certeza, que no te permite ver la vida y el mundo como antes lo hacías.

A partir de la resurrección de Cristo la existencia humana ya no puede interpretarse como insensatez, frustración, y derrota; debemos hacerlo a la luz de la tumba vacía, bajo la radiante luz de la gloriosa resurrección. Emaús, el lugar de las frustraciones y las dudas, se ha convertido en el lugar del encuentro. Has descubierto al Resucitado, tal pareciera que sólo camino a Emaús puedes hallarlo; no como le conocías antes, sino de una manera única y especial. Emprendiste este camino derrotado, frustrado, lleno de dudas y deprimido, ahora te vuelves victorioso.

Dios probó y te descubrió el cimiento de tu fe camino a Emaús, a pesar de todo saliste de allí fortalecido, con una convicción y seguridad que antes no tenías. Antes te aferrabas de una esperanza temporal, ahora de realidades superiores y con expectativas mayores. Antes la visión era terrenal, lo que esperabas del mundo; ahora miras a los cielos aguardando la llegada del Resucitado, donde te encuentras exaltado, disfrutando de toda bendición espiritual.

Volviendo a Jerusalén

¡Estás todo entusiasmado!, ¿por qué continuar en Emaús cuando puedes regresar a Jerusalén? Con todo y lo agradecido que estás por lo que descubriste allí, nada puede compararse con Jerusalén. En una ocasión partiste de Emaús a Jerusalén en búsqueda de respuestas, y aunque en tu ceguedad no pudiste comprender lo que Dios hacía, fue en Jerusalén que respondió a tus necesidades. Ahora, vuelves allí, al lugar del encuentro con el Señor humillado, con un nuevo entendimiento de lo que él es. Vuelves por necesidad, te urge estar junto al Getsemaní para recordar la agonía con la cual selló su decisión de redimirte. Necesitas estar junto al patio de Pilatos para escuchar los látigos lacerando su carne y no olvidar lo que causó tu pecado. Precisas estar junto al monte del Gólgota, recordando sus sufrimientos, las heridas que te dieron sanidad. Ansías escuchar su voz agonizante desde la cruz que te permite penetrar en el misterio del Padre que le abandona. Necesitas estar junto a la tumba vacía, que afirma su gloriosa victoria; la muestra de que el Padre aprobó su muerte y su sacrificio y, como resultado, perdonó y redimió a la humanidad. ¡Oh Jerusalén bendita, cómo podré olvidarte!

Regresas a Jerusalén para encontrarte con aquellos que una vez, al igual que tú, emprendieron su camino a Emaús. Paradójicamente Jerusalén es el lugar de los fracasados, de los frustrados, pero también de los triunfantes, de los victoriosos. Es un lugar de encuentro, un hospital de heridos, que han venido reconociendo su incapacidad, el lugar donde se sanaron sus heridas y se borró su pasado.

¡Cuán incomprensible es que una tumba vacía llenara el mundo de toda bendición!; que bajo la oscuridad de aquel día brillara la luz de un nuevo amanecer. Esto es Jerusalén, el fin de una humanidad y el inicio de otra, la culminación de un mundo en rebelión contra Dios, y la creación de otro reconciliado con el Cielo. Quién hubiera pensado que en este rincón del mundo se habría de resolver el problema del universo, y aconteciera la más gloriosa revelación de Dios. ¡La gloria sea dada a Dios para siempre! ¡Amén!

2 thoughts on “Emprendiendo el Camino a Emaús”

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