vidaCrucificada

Cómo vivimos la vida crucificada

Continuación de: Qué es la vida Crucificada.

Ahora, la pregunta que cada cristiano se hace es: ¿cómo vivo la vida crucificada? Pablo responde: “y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”.  La nueva vida crucificada no es una vida que se vive aparte de la realidad de la carne. El cristiano es una criatura que está en la carne pero no es de la carne. Un soldado herido en el campo de batalla. Reconoce su condición y gime, porque “con la mente sirve a la ley de Dios, y con la carne a la ley del pecado”. Pensar en la carne trae desesperación: “Miserable de mi, quién me librará de este cuerpo de pecado”.

El Pablo crucificado vive su nueva vida en la carne, en medio de una  constante guerra contra ella, no solo porque desea hacer lo malo, sino también porque insiste en procurar la justificación en las obras y hacerle olvidar la nueva y gloriosa vida que tiene por la fe. La carne lo limita y lo incapacita; aun así, no define quién él es. La experiencia que lo define como creyente es la que vivió Jesucristo. La nueva realidad en la que el creyente vive se la cataloga como una vida de fe. Está en la carne, pero no vive conforme a la carne.  Similar a lo que Jesús declaró de todos los creyentes: “están en el mundo, pero no son del mundo”.

Hay que crucificar al hombre religioso

Para Pablo la carne es tanto el modo de existencia en debilidad en la cual viven todos los hombres que pertenecen a este mundo, como también una fuerza que se opone a la justicia de Dios. Y ésta se manifiesta en la forma de un hombre religioso que pone su confianza en lo que es o en lo que hace. El cristiano vive su vida crucificada cuando rehúsa vivir de este modo (Filipenses 3:3). La persona puede tener una biblia bajo el brazo, predicar en el púlpito, llevar una vida de excelencia moral, sin embargo, eso no es lo que lo define como crucificado con Cristo.

Una vida crucificada es aquella que no se gloria en la carne, se gloria en Cristo; es una vida de fe, no fe en el poder divino para hacerlo superhombre o un hombre con el Dios Omnipotente dentro de él, que todo lo puede. Es fe en el Hijo de Dios, fe en su triunfo, fe en su victoria.  Fe que procura justificación en la fe de Jesucristo (Gálatas 2:16).

Como puedes darte cuenta, vivir una vida crucificada no se logra procurando un poder especial para vencer el pecado. El pecado será una realidad en tu vida hasta el día en que tu Señor vuelva y glorifique tu cuerpo. El cristiano no se apoya en una victoria ficticia, sabe que a menudo el pecado lo vencerá, lucha contra él, pero es una fuerza que lo engaña y le hace caer en serias transgresiones en su vida. La Escritura nos dice que siete veces cae el justo y vuelve a levantarse (Proverbios 24:16); en otro lugar afirma si siete veces al día pecare contra ti y siete veces al día volviera a ti, diciendo: me arrepiento; perdónale (Lucas 17:4). Esta es la realidad de todo aquel que aún está en la carne.

¿Qué del pecado?

¿Significa esto que el creyente debe ser indiferente al pecado?  ¡Claro que no! El que ama Cristo aborrece el pecado, aborrece haber dicho lo que dijo, haber hecho lo que hizo; sufre el haber tratado de manera impaciente a su hermano, haberle engañado, o haber hablado mal de él. En medio de esta lucha el Espíritu de Dios viene para motivarlo, animarle a levantarse de su derrota, recordándole que la batalla sobre el pecado, la ley y la muerte se peleó en Jerusalén; una batalla que duró 33 años; y que fue allí donde se alcanzó la victoria. Es esto lo que Pablo afirma cuando declara que: “lo que vivo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.  Él no apela a su experiencia, descansa su fe en ese glorioso evento que decidió de una vez y para siempre su posición delante de Dios.

Paz en la vida crucificada

Los que viven su vida crucificada tienen paz, se consideran a sí mismos muertos al pecado:

Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive (Romanos 6:8-10).

Ellos reconocen haber pagado por sus pecados, en Cristo; y se gozan en confesar que ninguna condenación hay para ellos (Romanos 8:1).  Una vida crucificada no ignora el pecado, no lo justifica o lo excusa, pero no permite que éste someta al creyente en la incertidumbre. El cristiano sabe que debe luchar con sus pasiones y deseos pero entiende, además, que su seguridad descansa en el Hombre del Calvario que alcanzó la victoria. La vida crucificada trae paz porque evita que el cristiano se enfoque en sus fracasos, y le insta a mirar a los cielos donde se encuentra su nueva realidad en Cristo. Confiesa que ha muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:1). El cristiano es un viejo hombre crucificado, con un Nuevo Hombre a la diestra de Dios.

Conclusión

En resumen, la única manera de vivir una vida crucificada es por medio de la fe. Es una nueva forma de juzgarnos a nosotros mismos, aprendiendo a pensar de nosotros de acuerdo a lo que aconteció en la vida, muerte y resurrección de Cristo. Es una vida de fe que no se mira a sí misma, antes se enfoca en la victoria de Cristo. En el concepto de Stanley una vida crucificada es la creación de un superhombre que no existe, es una ilusión de la cual despiertan defraudados todos los que ponen su confianza en los cambios que experimentan.

El creyente honesto y sincero, al igual que la Sara de la historia de Stanley, fracasará a menudo; cada día tendrá que enfrentar una lucha sangrienta contra sus deseos y pasiones; pero el secreto de su victoria no se encuentra en procurar más poder para vencer, sino una fe fuerte para confiar que la victoria de Cristo terminó de una vez y para siempre con el poder del pecado y de la ley para condenarlo.  Somete su carne, como somete al diablo, mediante la Palabra de la gracia.

El secreto de la vida crucificada no es más poder para vencer, sino más fe para confiar

Si utilizamos la definición de Stanley de lo que es una vida crucificada, tendríamos que sostener que Pedro era un hombre dominado por el viejo hombre cuando negó a Jesús, que no estaba sometido a Cristo, que su confesión de fe no era genuina; un hombre que en realidad no confiaba en el Salvador.

Gracias a Dios que la revelación dice otra cosa. Afirma que este Pedro débil, con buenas intenciones pero con debilidad de la carne, que hizo promesas que no pudo cumplir, era un hombre que el Cielo había justificado, el cual Jesús mismo lo declaró limpio (Juan 13:10); y dijo esto de él antes de que lo negara. Jesús no le dijo a Pedro que lograría la victoria si se rendía a él, o que buscara fuerzas en el Dios omnipotente que, supuestamente, vivía dentro de él; por el contrario le aseguró que Dios lo había perdonado, que era un hombre a quien consideraba limpio a pesar de su debilidad.

Mi hermano y amigo, si te encuentras en esta condición y estás luchando con tu propio pecado, con la debilidad de tu carne, no te desanimes, pon tus ojos en la victoria de Cristo. Continúa tu lucha contra el mal que desagrada a Dios y deshonra a Cristo, pero en ningún momento busques en tu interior algún poder para alcanzar victoria, tu victoria ya se logró fuera de ti, en Cristo.  Tú no eres un hombre con un poderoso Dios morando dentro de ti, eres un débil pecador con un poderoso Salvador a la diestra divina, intercediendo por ti; quien a nombre tuyo presenta ante el Padre la obediencia sin mancha que obtuvo cuando vivió en la tierra.

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